domingo, 31 de agosto de 2014

ESCLAVITUD DE LA LIBERTAD POR EL PECADO

Rezando laudes

Fue otro de los temas que meditamos en el retiro de este año. La doctrina cristiana enseña que, con el pecado, el hombre se autodestruye de algún modo: solo en las acciones rectas Ia persona humana realiza la verdad de su ser; la verdadera y más profunda alienación es la acción moralmente mala; por ella la persona no pierde aquello que tiene, sino lo que es. Es decir, se pierde así misma ¿para qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si después se pierde a sí mismo? El único verdadero mal, enteramente mal, para la persona es el mal moral. 

Una parte de esta autodestrucción es el esclavizarse al pecado. Todo el que comete pecado es esclavo del pecado. Veamos cómo se produce esta esclavitud. Lo esencial de la libertad es el dominio y no la ausencia de la inclinación al bien. Ahora bien, tanto el conocimiento de la bondad que hay en las cosas como la atracción que ejerce sobre la voluntad, son perfeccionables, susceptibles de esencia a la libertad es que no sea movida coactivamente.

Una libertad que no quiere someterse al orden divino sea, en el fondo, esclavitud. Pero nadie me coacciona, repiten obstinadamente ¿nadie? Todos coaccionan esa ilusoria libertad, que no se arriesga a aceptar responsablemente las consecuencias de las acciones libres, personales. Donde hay amor de Dios, se produce un vació individual y responsable ejercicio de la propia libertad; allí –no obstante las apariencias- todo es coacción. Al hombre que no se deja guiar por la ley de Dios, cualquiera lo moldea a su antojo y, antes que nada, las pasiones y las peores tendencia de la naturaleza herida por el pecado.


En la Misa

                

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