Lugar donde se dio la multiplicación de los panes |
El Señor nos hace una vez más la llamada a
la conversión, a beneficiarse de sus dones salvíficos que se reparten
gratuitamente: «Venid a las aguas» «venid a Mí» «buscad al Señor» «que el impío
deje su camino».
En su origen la llamada se dirige a los
exiliados en Babilonia, para que vuelvan a Jerusalén; pero la exhortación
transciende cualquier concreción histórica para convertirse en permanente y
universal. Puede ser entendida desde la fe cristiana como un anticipo de la
nueva y eterna Alianza sellada con la Sangre de nuestro Señor
Jesucristo, prenda de salvación para toda la humanidad.
En la Eucaristía, banquete de la
Nueva Alianza, se hacen plena realidad las palabras del profeta en las palabras
que el Señor pronunció al instituir este sacramento: «Tomad y comed» el
verdadero pan de vida, el manjar más exquisito, que no se puede comprar con
nada. Por eso la invitación del profeta sigue siendo una llamada a que el
cristiano se beneficie de la Sagrada Eucaristía.
Pablo VI, exhortando a los fieles a
participar en la celebración dominical, escribía: «¿Cómo podrían abandonar este
encuentro, este banquete que Cristo nos prepara con su amor? ¡Que la
participación sea muy digna y festiva a la vez! Cristo, crucificado y
glorificado, viene en medio de sus discípulos para conducirlos juntos a la
renovación de su resurrección. Es la cumbre, aquí abajo, de la Alianza de
amor entre Dios y su pueblo: signo y fuente de alegría cristiana, preparación
para la fiesta eterna».
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