Las imágenes hablan por si mismos |
Palabras de Monseñor Gonzalo de Villa en su
artículo en Prensa Libre: Quiero en este artículo exponer algunas
consideraciones de la Doctrina Social de la Iglesia sobre la relación entre la
humanidad y el medioambiente para iluminar desde un plano universal tesis y
posturas locales al respecto.
La pretensión de ejercer un dominio
absoluto sobre las cosas por parte de seres humanos, con indiferencia a
consideraciones de orden moral, no puede ser aceptada.
Un largo proceso histórico y cultural ha
producido una tendencia a la explotación inconsiderada de los recursos de la
creación. Dicho en otras palabras, la explotación de los recursos ha llegado a
extenderse y a ser hegemónica. Por ello el ambiente como recurso pone en
peligro el ambiente como casa. De hecho, se ha difundido y prevalece una concepción
reductiva que entiende el mundo natural en clave mecanicista y el desarrollo en
clave consumista. Como consecuencia, el primado atribuido al hacer y al tener
más que al ser, es causa de graves formas de alienación humana.
Siendo muy clara esta posición, la Doctrina
Social también afirma con claridad que la naturaleza por sí misma no puede ser
absolutizada ni colocada, en dignidad, por encima de la persona humana. La
Iglesia no acepta la divinización de la naturaleza o de la tierra porque Dios
solo hay uno. Esto último nos remite también a una reafirmación clara de la fe
de la Iglesia de que la naturaleza no puede entenderse al margen del concepto
de creación. La cultura cristiana ha reconocido siempre en las criaturas que
rodean al hombre otros tantos dones de Dios que se han de cultivar y custodiar
con sentido de gratitud hacia el Creador.
La preocupación de la Iglesia en su
doctrina social sobre estos temas subraya también la responsabilidad humana de
preservar un ambiente sano e íntegro para todos. Esto es así porque la tutela
del medioambiente constituye un desafío para la entera humanidad. Hay que
respetar un bien colectivo destinado a todos, impidiendo que se puedan utilizar
impunemente las diversas categorías de seres, vivos o inanimados, como mejor
apetezca. Hay que tratar con sentido de responsabilidad y proteger
adecuadamente el valor ambiental de la biodiversidad porque constituye una
riqueza extraordinaria para toda la humanidad. En ese sentido los bosques
contribuyen a mantener los esenciales equilibrios naturales y, por el
contrario, su destrucción acelera procesos de desertificación. La protección
del patrimonio forestal es fundamental y la reforestación, ineludible cuando se
han perdido masas importantes de bosque.
La responsabilidad sobre el medioambiente
ha de incorporar las exigencias del futuro y de próximas generaciones porque,
de lo contrario, solo estaremos haciendo válido el viejo dicho de que "pan
para hoy, hambre para mañana". A cada Estado, en su territorio, le corresponde
la función de prevenir el deterioro de la atmósfera y de la biosfera. Ello
incluye ofrecer garantías a sus ciudadanos de no verse expuestos a agentes
contaminantes o a residuos tóxicos.
Dejo, por razones de espacio, para próximo
artículo consideraciones adicionales importantes.
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