La provocación
anticipada del parto es una acción lícita, cuando existen riesgos graves para
la salud y/o la vida de la madre y del niño si el embarazo sigue su curso
normal, y siempre que el parto tenga lugar en el tiempo y con los modos
necesarios para salvar la vida del niño y de la madre. El problema moral se
plantea cuando está en peligro la vida de la madre, y, por el tiempo
transcurrido, no es posible que el niño sobreviva fuera del útero materno.
Juan Pablo II hace,
en la Encíclica Evangelium vitae, una referencia directa a situaciones de este
tipo: "Es cierto que en muchas ocasiones la opción del aborto tiene para
la madre un carácter dramático y doloroso, en cuanto que la decisión de
deshacerse del feto de la concepción no se toma por razones puramente egoístas
o de conveniencia, sino porque se quisieran preservar algunos bienes
importantes, como la propia salud o un nivel de vida digno para los demás
miembros de la familia (...) Sin embargo, estas y otras razones semejantes, aun
siendo graves y dramáticas, jamás pueden justificar la eliminación deliberada
de un ser humano inocente".
Pío XII enseñó que
"todo ser humano, y también el niño en el seno materno, tiene el derecho a
la vida inmediatamente de Dios, no de los padres, ni de clase alguna de
sociedad o autoridad humana. Por ello no hay ningún hombre, ninguna autoridad
humana, ninguna ciencia, ninguna indicación médica, eugenésica, social,
económica, moral, que pueda exhibir o dar un título jurídico válido para una
deliberada disposición directa sobre la vida humana inocente; es decir, una
disposición que tienda a su destrucción, bien sea como fin, bien sea como medio
para otro fin que acaso de por sí no sea en modo alguno ilícito. Así, por
ejemplo, salvar la vida de la madre es un nobilísimo fin; pero la muerte
directa del niño como medio para este fin no es lícita".
Pío XII señaló que
"nunca, en ningún caso, la Iglesia ha enseñado que la vida del niño haya
de ser preferida a la de la madre. Es un error plantear la cuestión con esta
alternativa: o la vida del niño o la de la madre. No, ni la vida de la madre
ni la vida del niño pueden ser suprimidas directamente. Por una y otra parte,
la exigencia no puede ser más que una sola: hacer todos los esfuerzos posibles
para salvar la vida de ambos, de la madre y del niño". Y añadía el
Pontífice que sólo después de haber hecho todo lo posible, hasta el último
momento, si el objetivo no se puede alcanzar, "no queda al hombre otra
posibilidad (...) que inclinarse con respeto a las leyes de la naturaleza y a
las disposiciones de la divina Providencia".
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