Injertados en Cristo, por el Bautismo |
En el día de nuestro bautismo, la Iglesia nos injerta
como sarmientos en el misterio pascual de Jesús, en su propia persona. De esta
raíz recibimos la preciosa savia para participar en la vida divina. Como
discípulos, también nosotros, con la ayuda de los pastores de la Iglesia,
crecemos en la viña del Señor unidos por su amor. «Si el fruto que debemos portar
es el amor, su premisa es este “permanecer”, que tiene que ver profundamente
con aquella fe que no abandona al Señor» (Gesù di Nazaret, Milán 2007,
305).
Es indispensable permanecer siempre unidos a Jesús,
depender de Él, porque sin Él no podemos hacer nada.
Amados hermanos, cada uno de nosotros es como un sarmiento,
que vive solo si hace crecer cada día con la oración, con la participación a
los sacramentos y con la caridad, su unión con el Señor. Y quien ama a Jesús,
la vid verdadera, produce frutos de fe para una abundante cosecha espiritual.
Supliquémosle a la Madre de Dios, para que
permanezcamos injertados de forma segura en Jesús, y que toda nuestra acción
tenga en Él su principio y su final.
«Oh Señor Jesús,... sin ti no podemos hacer
nada. Porque tú eres el verdadero jardinero, creador, cultivador y custodio de
tu jardín, que plantas con tu palabra, riegas con tu espíritu y haces crecer
con tu fuerza»
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