En este domingo, la palabra de
Dios nos estimula a reflexionar sobre cómo debe ser nuestra relación con los bienes
materiales. La riqueza, aun siendo en sí un bien, no se debe considerar un bien
absoluto. Sobre todo, no garantiza la salvación. En el evangélica de hoy, Jesús
pone en guardia a sus discípulos precisamente contra este riesgo. Es sabiduría y
virtud no apegar el corazón a los bienes de este mundo, porque todo pasa, todo puede
terminar bruscamente. Para los cristianos, el verdadero tesoro que debemos buscar
sin cesar se halla en las “cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra
de Dios”. Nos lo recuerda hoy san Pablo en la carta a los Colosenses, añadiendo
que nuestra vida “está oculta con Cristo en Dios”.
¡Cuántas veces las cuestiones
de herencia envenenan a las familias, transforman en enemigos a los hermanos, quitan
el saludo y se llevan por delante abogados y tribunales!). Jesús respondió: «Hombre,
¿quién me ha nombrado juez para repartir la herencia entre ustedes?». Y dijo a la gente:
«Mirad: cuídense de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida
no depende de sus bienes».
Hay algo que podemos llevar con
nosotros, que nos sigue a cualquier parte, también más allá de la muerte: no son
los bienes sino las obras; no lo que hemos tenido sino lo que hemos hecho. Por lo
tanto, lo más importante en la vida no es tener bienes, sino hacer el bien, porque
esto es lo que permanece o dura para siempre: «Dichosos los muertos que mueren en
el Señor... sus obras los acompañan» (Apocalipsis 14, 13).
Si este hombre del que nos habla
Jesús en el Evangelio viviera hoy, muchos lo tendrían por un triunfador. El Maestro
sin embargo le llamó necio; no por el dinero ganado sino por el uso egoísta al que
pensaba destinarlo. Víctima de la enfermedad cancerosa del egoísmo no se daba cuenta
de que sus ganancias no eran el fruto de su trabajo, sino también de todo un patrimonio
de experiencias, ideas y esfuerzos que le transmitieron generaciones anteriores
a él y que alumbraron una civilización que ahora le permitían enriquecerse.