El evangelio que
hemos escuchado nos permite pensar que Emaús representa en realidad todos los
lugares: el camino que lleva a Emaús es el camino de todo cristiano, más aún,
de todo hombre. En nuestros caminos Jesús resucitado se hace compañero de viaje
para reavivar en nuestro corazón el calor de la fe y de la esperanza y partir
el pan de la vida eterna.
En la conversación de
los discípulos con el peregrino desconocido impresiona la expresión que el
evangelista san Lucas pone en los labios de uno de ellos: “Nosotros
esperábamos...” (Lc 24, 21). Este verbo en pasado lo dice todo: Hemos creído,
hemos seguido, hemos esperado..., pero ahora todo ha terminado. También Jesús
de Nazaret, que se había manifestado como un profeta poderoso en obras y
palabras, ha fracasado, y nosotros estamos decepcionados.
Este drama de los
discípulos de Emaús es como un espejo de la situación de muchos cristianos de
nuestro tiempo. Al parecer, la esperanza de la fe ha fracasado. La fe misma
entra en crisis a causa de experiencias negativas que nos llevan a sentirnos
abandonados por el Señor. Pero este camino hacia Emaús, por el que avanzamos,
puede llegar a ser el camino de una purificación y maduración de nuestra fe en
Dios.
También hoy podemos
entrar en diálogo con Jesús escuchando su palabra. También hoy, él parte el pan
para nosotros y se entrega a sí mismo como nuestro pan. Así, el encuentro con
Cristo resucitado, que es posible también hoy, nos da una fe más profunda y
auténtica, templada, por decirlo así, por el fuego del acontecimiento pascual;
una fe sólida, porque no se alimenta de ideas humanas, sino de la palabra de
Dios y de su presencia real en la Eucaristía.
Este estupendo texto
evangélico contiene ya la estructura de la santa misa: en la primera parte, la
escucha de la Palabra a través de las sagradas Escrituras; en la segunda, la
liturgia eucarística y la comunión con Cristo presente en el sacramento de su
Cuerpo y de su Sangre. La Iglesia, alimentándose en esta doble mesa, se edifica
incesantemente y se renueva día tras día en la fe, en la esperanza y en la
caridad. Por intercesión de María santísima, oremos para que todo cristiano y
toda comunidad, reviviendo la experiencia de los discípulos de Emaús,
redescubra la gracia del encuentro transformador con el Señor resucitado.