EL QUE CALLA VOLUNTARIAMENTE EN LA
CONFESION UN PECADO GRAVE, HACE UNA MALA CONFESION, NO SE LE PERDONA NINGUN
PECADO, Y, ADEMAS, AÑADE OTRO PECADO TERRIBLE, QUE SE LLAMA SACRILEGIO.
Todas las confesiones siguientes en
que se vuelva a callar este pecado voluntariamente, también son sacrílegas.
Pero si se olvida, ese pecado queda perdonado, porque pecado olvidado, pecado
perdonado.
Pero si después uno se acuerda, tiene que manifestarlo diciendo lo que pasó.
Pero si después uno se acuerda, tiene que manifestarlo diciendo lo que pasó.
Para que haya obligación de confesar
un pecado olvidado, hacen falta tres cosas: estar seguro de que:
a) el pecado se cometió ciertamente.
b) que fue ciertamente grave.
c) que ciertamente no se ha confesado.
Si hay duda de alguna de estas tres
cosas, no hay obligación de confesarlo. Pero estará mejor hacerlo, manifestando
la duda.
QUIEN SE CALLA VOLUNTARIAMENTE UN
PECADO GRAVE EN LA CONFESION, SI QUIERE SALVARSE, TIENE QUE REPETIR LA
CONFESION ENTERA Y DECIR EL PECADO QUE CALLO, DICIENDO QUE LO CALLO DANDOSE
CUENTA DE ELLO.
Los que han tenido la desgracia de
hacer una confesión sacrílega, y desde entonces vienen arrastrando su
conciencia, de ninguna manera pueden seguir en ese horrible estado. No
desconfíen de la misericordia de Dios. Acudan a un sacerdote prudente, que les
acogerá con todo cariño.
Bendecirán para siempre el día en que
quitaron de su alma ese enorme peso que la atormentaba. Además, el confesor no
se asusta de nada, porque, por el estudio y la práctica que tiene de confesar,
conoce ya toda clase de pecados. Es una tontería callar pecados graves en la
confesión por vergüenza, porque el confesor no puede decir nada de lo que oye
en confesión.
Aunque le cueste la vida callar el
secreto. Ha habido sacerdotes que han dado su vida antes que faltar al secreto
de confesión.
Este secreto, que no admite excepción,
se llama sigilo sacramental.
Es pecado ponerse a escuchar confesiones ajenas. Los que, sin querer, se han enterado de una confesión ajena no pecan; pero tienen obligación de guardar secreto.
Es pecado ponerse a escuchar confesiones ajenas. Los que, sin querer, se han enterado de una confesión ajena no pecan; pero tienen obligación de guardar secreto.
Es curioso que los mismos que ponen
dificultades en decir sus pecados al confesor los propagan entre sus amigos, y
con frecuencia exagerando fanfarronamente. Lo que pasa es que esas cosas ante
sus amigos son hazañas, pero ante el confesor son pecados; y esto es humillante.
Por eso para confesarse hay que ser muy sincero. Los que no son sinceros, no se
confiesan bien. Nunca calles voluntariamente un pecado grave, porque tendrás
después que sufrir mucho para decirlo, y al fin lo tendrás que decir, y te
costará más cuanto más tardes, y si no lo dices, te condenarás.
Si tienes un pecado que te da
vergüenza confesarlo, te aconsejo que lo digas el primero. Este acto de
vencimiento te ayudará a hacer una buena confesión.
El confesor será siempre tu mejor
amigo. A él puedes acudir siempre que lo necesites, que con toda seguridad
encontrarás cariño y aprecio. Además de perdonarte los pecados, el confesor
puede consolarte, orientarte, aconsejarte, etc. Pregúntale las dudas morales
que tengas. Pídele los consejos que necesites.
Los sacerdotes estamos aquí para que
los hombres, por nuestro medio, encuentren su salvación en Dios. El perdón de
un pecado que, desde el punto de vista sociológico, acaso no tiene gran
transcendencia, es en realidad más importante que todo cuanto podamos hacer
para mejorar la existencia de los hombres. Hasta Nietzshe, a pesar de su
violentísimo anticristianismo, decía que el sacerdote es una víctima
sacrificada en bien de la humanidad.
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