sábado, 21 de julio de 2012

Domingo XVI Ordinario


En la Primera lectura nos dice el Profeta Jeremías: Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas y las volveré a traer a sus campos para que crezcan y se multipliquen. La profecía hace referencia al cuidado y atención del Mesías con todos los hombres y cada uno de ellos. Me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas, leímos en el Salmo responsorial.
El Evangelio muestra la solicitud de Jesús con sus discípulos, cansados después de una misión apostólica por las ciudades y aldeas vecinas. Venid a descansar un poco, les dice. Y explica el Evangelista que eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer. Se marcharon en la barca a un lugar apartado.
Nuestra vida, que es también servicio a Cristo, a la familia, a la sociedad, está llena de trabajo y de dedicación a los demás. Por eso no podemos extrañarnos si experimentamos la fatiga y sentimos la necesidad de descansar. En el tiempo libre recuperamos fuerzas para servir mejor a quienes nos rodean.
Hoy, el Evangelio nos invita a descubrir la importancia de descansar en el Señor. Los Apóstoles regresaban de la misión que Jesús les había dado. Habían expulsado demonios, curando enfermos y predicando el Evangelio. Estaban cansados y Jesús les dice «venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco» (Mc 6,31).
Una de las tentaciones a las que puede sucumbir cualquier cristiano es la de querer hacer muchas cosas descuidando el trato con el Señor. El Catecismo recuerda que, a la hora de hacer oración, uno de los peligros más grandes es pensar que hay otras cosas más urgentes y, de esa forma, se acaba descuidando el trato con Dios. Por eso, Jesús, a sus Apóstoles, que han trabajado mucho, que están agotados y satisfechos porque todo les ha ido bien, les dice que tienen que descansar. Y, señala el Evangelio «se fueron en la barca, aparte, a un lugar solitario» (Mc 6,32).
Para poder rezar bien se necesitan, al menos dos cosas: la primera es estar con Jesús, porque es la persona con la que vamos a hablar. Asegurarnos de que estamos con Él. Por eso todo rato de oración empieza, generalmente, y es lo más difícil, con un acto de presencia de Dios. Tomar conciencia de que estamos con Él. Y la segunda es la necesaria soledad. Si queremos hablar con alguien, tener una conversación íntima y profunda, escogemos la soledad. 
Otra enseñanza que podemos sacar aquí es el descansar con Jesús después de comulgar. Pero ojo porque podemos llenar la acción de gracias con muchas palabras dichas de memoria. Podemos decir que después de recibir el Cuerpo de Cristo, lo mejor es estar un rato en silencio, para reponer fuerzas y dejando que Jesús nos hable en el silencio de nuestro corazón. Es Mejor que el Señor nos instruya que nosotros planteemos nuestros proyectos al Señor, porque el Señor ya conoce lo que necesitamos.



 

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