Hoy sábado recordamos a nuestra
Señora, nuestra Madre María, es muy importante la devoción que como hijos
debemos tener con María Santísima, pero para empezar a tener una devoción
debemos conocer un poco de su vida, conocer esa participación que tuvo en la
historia de la salvación.
Al llegar la
plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer... (Gal 4, 4). Esta Mujer, mencionada en diversas
ocasiones en la Sagrada Escritura, había sido predestinada desde toda la
eternidad. Ninguna otra obra de la creación cuidó Dios con más esmero, con más
amor y sabiduría que aquella que, con su consentimiento libre, sería su Madre.
Nuestra Señora fue
anunciada ya en los comienzos como triunfadora de la serpiente, que simboliza
la entrada del mal en el mundo (Gen 3, 15), como la Virgen que dará a luz al
Emmanuel, al Dios con nosotros (Is 7, 14); y estuvo prefigurada en el arca de
la alianza, en la casa de oro, por la torre de marfil... La escogió Dios entre
todas las mujeres antes de los siglos, la amó más que a la totalidad de las
criaturas, con un amor tal que puso en Ella, de un modo único, todas sus
complacencias, la colmó de todas las gracias y dones, más que a los ángeles y
los santos, la preservó de toda mancha de pecado o de imperfección, de tal manera
que no se puede concebir una criatura más bella y más santa que quien había
sido escogida para Madre del Salvador (Cfr. PIO IX, Bula Ineffabilis Deus,
8-XII-1854).
Nuestra Señora, cuando dio
su consentimiento a los requerimientos de Dios, se convirtió en Madre del Hijo
de Dios encarnado, pues "así como todas las madres, en cuyo seno se
engendra nuestro cuerpo, pero no el alma racional, se llaman y son
verdaderamente madres, así también María, por la unidad de la Persona de su
Hijo, es verdaderamente Madre de Dios.
Dios te salve,
María, hija de Dios Padre: Dios te salve, María, Madre de Dios Hijo: Dios te
salve, María, Esposa de Dios Espíritu Santo... ¡Más que tú, sólo Dios!"
(J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, n. 496.
Desde los
inicios de la Iglesia, el culto mariano está destinado a favorecer esta adhesión
fiel a Cristo. Venerar a la Madre de
Dios es afirmar la divinidad de Cristo, pues los padres del concilio de Éfeso,
al proclamar a María Theotókos,
«Madre de Dios», querían confirmar la fe en Cristo, verdadero Dios.
Por eso, en
las letanías, el primer título de gloria que se da a Nuestra Señora es el de
Sancta Dei Genitrix, y los títulos que le siguen son los que convienen a la
maternidad de Dios: Santa Virgen de las vírgenes, Madre de la divina gracia,
Madre purísima, Madre castísima...
Con su desvelo de Madre,
Nuestra Señora sigue prestando a su Hijo los cuidados que le ofreció aquí en la
tierra. Ahora lo hace con nosotros, pues somos miembros del Cuerpo Místico de
Cristo.
!Oh Madre! Cuida a tus hijos siempre |
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