miércoles, 14 de noviembre de 2012

LA VERDAD DE LA BIBLIA



Si lo que afirman los hagiógrafos lo afirma el Espíritu Santo, no puede haber error en la Biblia. Así en DV 11. Hasta el Vaticano II se usaba más la manera negativa: “sin error”. Después se ha preferido expresar el aspecto positivo; la Biblia es veraz.

La veracidad de los libros sagrados proviene de dos principios: Dios es el autor principal de la Biblia y Dios no puede engañarse ni engañarnos. Esta verdad es de “hecho” y de “derecho”. Hay libros humanos donde de hecho no hay errores; pero la Biblia excluye la posibilidad de error.

Cuando se habla de error, se entiende del “error lógico”, que es la falta de conformidad entre el juicio del hagiógrafo y la realidad objetiva. Son afirmaciones auténticas del hagiógrafo, escritas por él mismo o por un amanuense. Puede haber errores materiales en algunas copias o versiones no conformes con el original. También puede haber algún error material (en la sintaxis), como falta de pericia del hagiógrafo.

Así aparece al examinar los escritos antiguos de los Padres. San Justino, en el siglo II, es el primero que hace alusión a la veracidad bíblica, a pesar de los ataques de autores paganos y herejes. San Agustín, escribiendo a san Jerónimo, afirma que si hay algún error en la Biblia es debido a un códice defectuoso o a un mal traductor.

La inerrancia bíblica no ha sido definida como dogma. Sin embargo, por pertenecer a la enseñanza ordinaria y universal de la Iglesia se habla de ella como si fuese “dogma”.

 La encíclica Pascendi de Pio X (1907) condena a los modernistas que afirmaban encontrar muchos errores en la Biblia. Eso significaba hacer al Espíritu Santo autor de errores. La Spiritus Paraclitus(1920) condena a los que afirman que la Biblia no tiene error sólo el elemento principal o religioso, mientras que puede tenerlo el secundario o profano. La Humani generis(1950) de Pio XII condena a los que separan, como realidades diversas, un sentido humano y un sentido divino, éste sólo infalible, en la Biblia.

 La Dei Verbumresume todo con esta fórmula: “ Como todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman, se debe considerar afirmado por el Espíritu Santo, hay que confesar que los libros de la Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en las sagradas letras para nuestra salvación”. Dos cosas distingue el Concilio Vaticano II en la fórmula: el fundamento, que es el “origen divino” de la Escritura; y la finalidad, que es “nuestra salvación”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si te gustó el artículo, déjame tu comentario.