En el sexto día de nuestro novenario en honor a San
Bernardino, coincide con las primeras vísperas de la Solemnidad de la Ascensión
de Nuestro Señor. Jesús, cuando vuelve al cielo, lleva al Padre un regalo.
¿Cuál es el regalo? Sus llagas. Su cuerpo es bellísimo, sin las señales de los
golpes, sin las heridas de la flagelación, pero conserva las llagas. Cuando
vuelve al Padre le muestra las llagas y le dice: «Mira Padre, este es el precio
del perdón que tú das».
Cuando el Padre contempla las llagas de Jesús nos perdona
siempre, no porque seamos buenos, sino porque Jesús ha pagado por nosotros.
Contemplando las llagas de Jesús, el Padre se hace más misericordioso. Este es
el gran trabajo de Jesús hoy en el cielo: mostrar al Padre el precio del
perdón, sus llagas. Esto es algo hermoso que nos impulsa a no tener miedo de
pedir perdón; el Padre siempre perdona, porque mira las llagas de Jesús, mira
nuestro pecado y lo perdona.
Y junto con Jesús nos acompaña María nuestra Madre. Ella
ya está en la casa del Padre, es Reina del cielo y así la invocamos en este
tiempo; pero como Jesús está con nosotros, camina con nosotros, es la Madre de
nuestra esperanza.
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