Una de las tentaciones a
las que puede sucumbir cualquier cristiano es la de querer hacer muchas cosas
descuidando el trato con el Señor. El Catecismo recuerda que, a la hora de
hacer oración, uno de los peligros más grandes es pensar que hay otras cosas
más urgentes y, de esa forma, se acaba descuidando el trato con Dios. Por eso,
Jesús, a sus Apóstoles, que han trabajado mucho, que están agotados y eufóricos
porque todo les ha ido bien, les dice que tienen que descansar. Y, señala el
Evangelio «se fueron en la barca, aparte, a un lugar solitario».
Para poder rezar bien se
necesitan, al menos dos cosas: la primera es estar con Jesús, porque es la
persona con la que vamos a hablar. Asegurarnos de que estamos con Él. Por eso
todo rato de oración empieza, generalmente, y es lo más difícil, con un acto de
presencia de Dios. Tomar conciencia de que estamos con Él. Y la segunda es la
necesaria soledad. Si queremos hablar con alguien, tener una conversación
íntima y profunda, escogemos la soledad.
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