Estamos a orillas del lago
de Galilea, y se acerca la noche; Jesús se preocupa por la gente que está con Él:
son miles, y tienen hambre. ¿Qué hacer? También los discípulos se plantean el problema,
y dicen a Jesús: “Despide a la gente” para que vayan a los poblados cercanos a buscar
de comer.
Jesús, en cambio, dice: “denle ustedes de comer”. Los discípulos quedan
desconcertados, y responden: “No tenemos más que cinco panes y dos peces”, como
si dijeran: apenas lo necesario para nosotros.
En la escena de la multiplicación
se señala también la presencia de un muchacho que, ante la dificultad de dar de
comer a tantas personas, comparte lo poco que tiene: cinco panes y dos peces.
El
milagro no se produce de la nada, sino de la sencilla aportación de un muchacho
humilde que comparte lo que tenía. Jesús no nos pide lo que no tenemos, sino que
nos hace ver que si cada uno ofrece lo poco que tiene, puede realizarse siempre
de nuevo el milagro: Dios es capaz de multiplicar nuestro pequeño gesto de amor
y hacernos partícipes de su don.
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