Una tortuga y una
liebre siempre discutían sobre quién era más rápida. Para dirimir el argumento,
decidieron correr. Eligieron una ruta y comenzaron la competencia.
La liebre arrancó a
toda velocidad y corrió enérgicamente durante algún tiempo. Luego, al ver que
llevaba mucha ventaja, decidió sentarse bajo un árbol para descansar un rato,
recuperar fuerzas y luego continuar su marcha. Pero pronto se durmió. La
tortuga, que andaba con paso lento, la alcanzó, la superó y terminó primera,
declarándose vencedora indiscutible.
Moraleja: Los lentos y estables ganan la carrera.
Pero la historia no
termina aquí: La liebre, decepcionada tras haber perdido, hizo un examen de
conciencia y reconoció sus errores. Descubrió que había perdido la carrera por
ser presumida y descuidada. Si no hubiera dado tantas cosas por supuestas, nunca la hubiesen vencido. Entonces, desafió a la tortuga a una
nueva competencia. Esta vez, la liebre corrió de principio a fin y su triunfo
fue evidente.
Moraleja: Los rápidos y tenaces vencen a los lentos y
estables.
Pero la historia
tampoco termina aquí: Tras ser derrotada, la tortuga reflexionó detenidamente y
llegó a la conclusión de que no había forma de ganarle a la liebre en
velocidad. Como estaba planteada la carrera, ella siempre perdería. Por eso,
desafió nuevamente a la liebre, pero propuso correr sobre una ruta ligeramente
diferente. La liebre aceptó y corrió a toda velocidad, hasta que se encontró en su camino
con un ancho río. Mientras la liebre, que no sabía nadar, se preguntaba
"¿qué hago ahora?", la tortuga nadó hasta la otra orilla, continuó a
su paso y terminó en primer lugar.
Moraleja: Quienes identifican su ventaja competitiva
(saber nadar) y cambian el entorno para aprovecharla, llegan primeros.
Pero la historia
tampoco termina aquí: El tiempo pasó y compartieron la liebre y la tortuga, que
terminaron haciéndose buenas amigas. Ambas reconocieron que eran buenas
competidoras y decidieron repetir la última carrera, pero esta vez corriendo en
equipo.
En la primera parte,
la liebre cargó a la tortuga hasta llegar al río. Allí, la tortuga atravesó el
río con la liebre sobre su caparazón y, sobre la orilla de enfrente la liebre
cargó nuevamente a la tortuga hasta la meta. Como alcanzaron la línea de
llegada en un tiempo récord, sintieron una mayor satisfacción que aquella que
habían experimentado en sus logros individuales.
Moraleja: Es bueno ser individualmente brillante y tener
fuertes capacidades personales.
Pero, a menos que
seamos capaces de trabajar con otras personas y potenciar recíprocamente las
habilidades de cada uno, no seremos completamente efectivos. Siempre existirán
situaciones para las cuales no estamos preparados y que otras personas pueden
enfrentar mejor.
La liebre y la tortuga también aprendieron otra lección
vital:
Cuando dejamos de
competir contra un rival y comenzamos a competir contra una situación, complementamos
capacidades, compensamos defectos, potenciamos nuestros recursos...y obtenemos
mejores resultados.
"Para ser exitoso no tienes que hacer cosas
extraordinarias. Haz cosas ordinarias, extraordinariamente bien."
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