domingo, 7 de julio de 2013

EL ENVÍO


Los Evangelios de estos tres últimos domingos constituyen una especie de trilogía; están ligados entre sí y desarrollan un pensamiento unitario. Primero, nos fue presentada la persona de Jesús, o sea aquel de quien parte la llamada (XII dom.), después, la llamada misma de Jesús, su: ¡Sígueme!, que nos enseñó a ver la vida cristiana como vocación (XIII dom.); hoy, se nos revela el fin y la coronación de la vocación que es la misión. Jesús llama para enviar a predicar
San Lucas nos presenta hoy a Jesús que envía a setenta y dos discípulos a las aldeas a donde está a punto de ir, para que preparen el ambiente. Lo que Lucas quiere en marcar es, que la misión no está reservada a los doce Apóstoles, sino que se extiende también a otros discípulos.
En efecto, Jesús dice que “la mies es mucha, y los obreros pocos”. En el campo de Dios hay trabajo para todos.
Pero Cristo no se limita a enviar: da también a los misioneros reglas de comportamiento claras y precisas. Ante todo, los envía “de dos en dos” para que se ayuden mutuamente y den testimonio de amor fraterno. Les advierte que serán “como corderos en medio de lobos”, es decir, deberán ser pacíficos a pesar de todo y llevar en todas las situaciones un mensaje de paz; no llevarán consigo ni alforja ni dinero, para vivir de la Providencia divina; curarán a los enfermos, como signo de la misericordia de Dios; se irán de donde sean rechazados, limitándose a poner en guardia sobre la responsabilidad de rechazar el reino de Dios.
San Lucas pone de relieve el entusiasmo de los discípulos por los frutos de la misión, y cita estas hermosas palabras de Jesús: “No se alegren de que los espíritus se os sometan; alégrense, más bien, de que sus nombres estén escritos en los cielos”. Ojalá que este evangelio despierte en nosotros los bautizados la conciencia de que somos misioneros de Cristo, llamados a prepararle el camino con nuestras palabras y con el testimonio de nuestra vida.

La alegría que debemos tener, pues, no debe ser tanto el resultado de que vemos los frutos de nuestra actuación apostólica sino el cielo que nos promete el Señor, Es como si el Señor nos dijera: me interesas tú, tu animosa colaboración, tu alegría y felicidad eterna, aunque no siempre veas el resultado de tu empeño por darme a conocer.

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