lunes, 12 de agosto de 2013

CRISIS EN LA IDENTIDAD SACERDOTAL

Oremos por los sacerdotes

Del sacerdote decía San Juan Crisóstomo que es elegido por Dios y tiene una potestad celestial superior a la de los ángeles, que les permite transformar con el Espíritu, perdonar los pecados, permitir o negar la entrada en el Reino de los cielos. 

Muchos siglos después Bernanós testimonia que todavía el sacerdote de su época goza de esa misma consideración en el ser. En su “Diario de un Cura Rural” muestra cómo el sencillo párroco de Ambricourt era un hombre sin mucho talento, tímido y apocado, incapacitado para cambiar el mal que hay en su pueblo, pero poco le importa porque lleva sobre sí el sacerdocio que lo hace grande, pues le permite actuar no con sus dotes, sino con la gracia del Resucitado. Eran tiempos en que sólo por haberse ordenado eran sacerdotes, maestros, padres, eran autoridad. La Iglesia y la gente les hacían sentir que eran alter Christus.

Pero la sociedad cambió y junto con el repliegue de la ontología filosófica, replegó también la ontología sacerdotal. El mundo cobró una conciencia mayor de la igualdad y responsabilidad personales, la democracia fue ganando terreno y la autonomía se fue gestando como una de las características de la modernidad. Las nuevas generaciones crecen en la lógica del individualismo pragmático y narcisista, que suscita en ellas mundos imaginarios especiales de libertad e igualdad.

Pero estos cambios hallaron también eco en algunos estamentos eclesiales que bajo la influencia protestante debilitaron también la ontología sacerdotal afirmando que el sacerdote no era elegido por Dios, sino por la comunidad y que en caso de necesidad cualquiera podría presidir la Eucaristía, como afirmó Schillebeeckx y se popularizó además la idea de que el celibato no tiene ningún plus respecto al matrimonio y que la vocación común a la santidad derriba las diferencias.

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