Esta expresión de Cristo significa que la
paz que vino a traer no es sinónimo de simple ausencia de conflictos. Al
contrario, la paz de Jesús es fruto de una lucha constante contra el mal. El
combate que Jesús está decidido a librar no es contra hombres o poderes
humanos, sino contra el enemigo de Dios y del hombre, contra Satanás. Quien
quiera resistir a este enemigo permaneciendo fiel a Dios y al bien, debe
afrontar necesariamente incomprensiones y a veces auténticas persecuciones.
Por eso, todos los que quieran seguir a
Jesús y comprometerse en favor de la verdad, deben saber que encontrarán
oposiciones y se convertirán, sin buscarlo, en signo de división entre las
personas, incluso en el seno de sus mismas familias.
En efecto, el amor a los padres es un
mandamiento sagrado, pero para vivirlo de modo auténtico no debe anteponerse
jamás al amor a Dios y a Cristo. De este modo, siguiendo los pasos del Señor
Jesús, los cristianos se convierten en “instrumentos de su paz”, según la
célebre expresión de san Francisco de Asís. No de una paz inconsistente y
aparente, sino real, buscada con valentía y tenacidad en el esfuerzo diario por
vencer el mal con el bien (cf. Rm 12, 21) y pagando personalmente el precio
que esto implica.
Recordamos los ejemplos de fe y
fidelidad de los justos del Antiguo Testamento: los cristianos no podemos ser
inferiores a ellos. Tenemos como modelo al mismo Cristo Jesús «iniciador y
consumador de la fe»; Él es ejemplo perfecto de obediencia, de fidelidad a su
misión, de unión con el Padre, de paciencia en el sufrimiento.
Cristo es presentado como un atleta
fuerte y generoso que corre su carrera (cfr. 1 Cor 9, 24), que sabe iniciar y
sabe terminar su esfuerzo, que no desfallece y que consigue el triunfo. El
cristiano debe vivir de la misma manera «Tened
en ustedes los mismos sentimientos que tuvo Cristo. Su ejemplo nos alienta a
superar el desprecio, la ignominia, y nos recuerda que no podemos extrañarnos
si, en lugar del triunfo y del gozo, encontramos humillaciones y hostilidad
(cfr. Mt 10, 24). Cruz, trabajos, tribulaciones: Los tendrás mientras vivas. – Por ese
camino fue Cristo, y no es el discípulo más que el Maestro.
La Virgen María, Reina de la paz, compartió
hasta el martirio del alma la lucha de su Hijo Jesús contra el Maligno, y sigue
compartiéndola hasta el fin de los tiempos. Invoquemos su intercesión materna
para que nos ayude a ser siempre testigos de la paz de Cristo, sin llegar jamás
a componendas con el mal.
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