domingo, 18 de agosto de 2013

FUEGO SOBRE LA TIERRA


En el evangelio de este domingo hay una expresión de Jesús que siempre atrae nuestra atención y hay que comprenderla bien.
Esta expresión de Cristo significa que la paz que vino a traer no es sinónimo de simple ausencia de conflictos. Al contrario, la paz de Jesús es fruto de una lucha constante contra el mal. El combate que Jesús está decidido a librar no es contra hombres o poderes humanos, sino contra el enemigo de Dios y del hombre, contra Satanás. Quien quiera resistir a este enemigo permaneciendo fiel a Dios y al bien, debe afrontar necesariamente incomprensiones y a veces auténticas persecuciones.
Por eso, todos los que quieran seguir a Jesús y comprometerse en favor de la verdad, deben saber que encontrarán oposiciones y se convertirán, sin buscarlo, en signo de división entre las personas, incluso en el seno de sus mismas familias.
En efecto, el amor a los padres es un mandamiento sagrado, pero para vivirlo de modo auténtico no debe anteponerse jamás al amor a Dios y a Cristo. De este modo, siguiendo los pasos del Señor Jesús, los cristianos se convierten en “instrumentos de su paz”, según la célebre expresión de san Francisco de Asís. No de una paz inconsistente y aparente, sino real, buscada con valentía y tenacidad en el esfuerzo diario por vencer el mal con el bien (cf. Rm 12, 21) y pagando personalmente el precio que esto implica.
Recordamos los ejemplos de fe y fidelidad de los justos del Antiguo Testamento: los cristianos no podemos ser inferiores a ellos. Tenemos como modelo al mismo Cristo Jesús «iniciador y consumador de la fe»; Él es ejemplo perfecto de obediencia, de fidelidad a su misión, de unión con el Padre, de paciencia en el sufrimiento.
Cristo es presentado como un atleta fuerte y generoso que corre su carrera (cfr. 1 Cor 9, 24), que sabe iniciar y sabe terminar su esfuerzo, que no desfallece y que consigue el triunfo. El cristiano debe vivir de la misma manera  «Tened en ustedes los mismos sentimientos que tuvo Cristo. Su ejemplo nos alienta a superar el desprecio, la ignominia, y nos recuerda que no podemos extrañarnos si, en lugar del triunfo y del gozo, encontramos humillaciones y hostilidad (cfr. Mt 10, 24). Cruz, trabajos, tribulaciones: Los tendrás mientras vivas. – Por ese camino fue Cristo, y no es el discípulo más que el Maestro.
La Virgen María, Reina de la paz, compartió hasta el martirio del alma la lucha de su Hijo Jesús contra el Maligno, y sigue compartiéndola hasta el fin de los tiempos. Invoquemos su intercesión materna para que nos ayude a ser siempre testigos de la paz de Cristo, sin llegar jamás a componendas con el mal.


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