sábado, 11 de enero de 2014

LA ORACIÓN EN FAMILIA

La familia unida por la oración

La oración es para cualquier bautizado lo que es el aire para los seres humanos: algo imprescindible.  Aprender a rezar toca a todos: a los padres, en las distintas etapas de su maduración interior; a los hijos, desde pequeños y cuando poco a poco entran en el mundo de los adultos.

La oración en la vida familiar tiene diversas formas. El día inicia con breves oraciones por la mañana. Por ejemplo, los padres pueden levantar a sus hijos con una pequeña jaculatoria; o, después de asearse o antes del desayuno, todos rezan juntos una pequeña oración (el Padrenuestro, el Ave María, parte de un Salmo o del Magnificat, etc.).

Otras plegarias surgen de modo espontáneo, según las necesidades de cada día. La familia reza por el examen de selectividad, por la situación de la fábrica donde trabaja papá o mamá, por las lluvias, por el eterno descanso del abuelo...

El clima de oración se prolonga a lo largo del día. Para ello, ayuda mucho crear un hábito de “jaculatorias”, pequeñas oraciones espontáneas que dan un toque religioso a la jornada. “Señor, confío en Ti”. “Creo, Señor, ayúdame a creer”. “Te alabamos, Señor, porque eres bueno”. “Gracias, Señor, por el don dela vida”.. “Jesús, manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo”...

La hora de comer permite un momento de gratitud y de unión en la familia. Otro momento de oración consiste en el rezo del Ángelus (se puede rezar hasta tres veces en la jornada, o si se prefiere al menos a medio día) y del Rosario. Para los niños (y para algunos adultos también), a veces el Rosario resulta un poco aburrido. Los padres pueden ayudar a los hijos a descubrir la belleza de esta sencilla oración, quizá enseñándoles a rezar primero un solo misterio, luego dos, etc., y explicando el sentido de esta hermosa plegaria dirigida a la Madre de Dios y Madre de la Iglesia.

Cuando llega la noche, la familia busca un momento para dar gracias por el día transcurrido, para pedir perdón por las posibles faltas, para suplicar la ayuda que necesitan los de casa y los de fuera, los cercanos y los lejanos. Es muy hermoso, en ese sentido, aprender a rezar por las víctimas de las guerras, por las personas que pasan hambre, por los que viven sin esperanza y sin Dios.

La oración constante ha permitido a la familia, chicos y grandes, descubrir que la jornada, desde que amanece hasta la hora de dormir, tiene sentido desde Dios y hacia Dios. Todo ello prepara a vivir a fondo los momentos más importantes para todo católico: los Sacramentos.

Si el Sacramento de la Eucaristía es el centro de la vida cristiana, también debe serlo en el hogar. La familia necesita descubrir la belleza del domingo, la maravilla de la Misa, la importancia de la escucha de la Palabra, la participación consciente y activa en los ritos.  Participar juntos, como familia, en la misa del domingo es una tradición que vale la pena conservar. También cuando los hijos son pequeños. Los padres pueden enseñarles, poco a poco, el sentido de cada rito, las posturas que hay que adoptar, el respeto que merece la Casa de Dios. Son cosas que luego quedan grabadas en los corazones para toda la vida.

La semana se vive de un modo distinto si arranca del domingo y desemboca en el domingo. Durante la semana, la familia busca vivir aquello que ha escuchado, que ha vivido en la celebración eucarística dominical. A la vez, se prepara con el pasar de los días para el encuentro íntimo y personal con Cristo que tendrá lugar, Dios mediante, el domingo siguiente.


Ayuda mucho, en este sentido, hacer “visitas” a Cristo eucaristía durante la semana, en nuestra parroquia especialmente el jueves, de forma personal o en pequeños grupos. También es muy provechoso, entre semana, recordar en casa cuál fue el evangelio del domingo anterior, o dar pistas para abrirse a los textos sagrados que serán leídos el domingo siguiente.

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