Convertirse significa
cambiar de vida, pasar del pecado a la vida de Dios, conformar nuestra vida con
la de Jesús para que se realice el designo del amor de Dios. Convertirse es
pasar de una de cansada a tibia a una fe viva, activa y entusiasma.
Se puede decir en cierto
sentido que la conversión coincide con el perdón de Dios. De hecho, es su
perdón que produce la conversión, aunque con nuestra libre colaboración. Nos
convertimos cuando la gracia de Dios que ha conseguido cambiar nuestro corazón.
Para entender la Confesión
y convencernos de aprovecharla, es preciso conocer y reconocer el amor
misericordioso de Jesús hacia los pecadores. Los Evangelios nos dicen al
respecto algo muy interesante.
Jesús
busca a los pecadores.
Hasta declara solemnemente
que por eso vino a la tierra; No necesitan médico los que están fuertes,
sino los que están mal; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores
(Mc. 2,17)
Jesús
se presenta como amigo de los pecadores.
Actúa con ellos con
delicadeza y ternura lo mismo que con los enfermos; hasta come con ellos
causando escándalo entre los fariseos: ¿Cómo así que come y bebe con los
pecadores? (Mt. 11, 18-19)
Ningún
pecador se siente mal cuando encuentra a Jesús.
Jesús revela que Dios goza
cuando puede perdonar. Les digo que habrá más alegría en el cielo por un solo
pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad
de conversión (Lc. 15,7)
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