Dice el profeta Isaías:
«No tenía apariencia ni presencia; lo vimos y no tenía aspecto que pudiésemos
estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de
dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no lo tuvimos
en cuenta». Es la descripción profética de la figura de Jesús camino del
Calvario, con el rostro desfigurado por el sufrimiento, la sangre, los salivazos,
el polvo, el sudor.
Entonces, una mujer del
pueblo, Verónica de nombre, se abrió paso entre la muchedumbre llevando un
lienzo con el que limpió piadosamente el rostro de Jesús. El Señor, como
respuesta de gratitud, le dejó grabada en él su Santa Faz.
Nosotros podemos repetir
hoy el gesto de la Verónica en el rostro de Cristo que se nos hace presente en
tantos hermanos nuestros que comparten de diversas maneras la pasión del Señor,
quien nos recuerda: «Lo que hagáis con uno de estos, mis pequeños, conmigo lo
hacéis».
En la vía dolorosa
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