Primero hay que poner
mucho cuidado a la fácil superficialidad que nos condiciona, y superarla. En
todo caso el sacerdote puede también ayudarte. Con la buena voluntad esta es
una dificultad seguramente superable.
Me
da vergüenza decir ciertos pecados: Hay que superar la
vergüenza al momento de confesarse; sería
bueno que te diera vergüenza más bien
en el momento de la tentación.
Claro que es más fácil
superar esta dificultad si se tiene un sacerdote conocido y de confianza, que
además de perdonarnos los pecados, es también nuestro guía espiritual. Con el
guía se habla de las cosas que dan sufrimiento, de las alegrías de nuestro
futuro, de la fatiga y de la belleza que conlleva el seguir los caminos de
Jesús.
El elemento principal no
es confesar nuestros pecados, sino arrepentirnos, reconciliarnos con Dios y con
los hermanos.
A
menudo me pasa que no digo todos los pecados: Para
recibir el perdón en la Reconciliación hay que confesar todos los pecados
graves cometidos después de la última Confesión bien hecha.
Si la Confesión es
incompleta porque se calle voluntariamente algún pecado grave, no se recibe el
perdón por ningún pecado, y además se comete un pecado llamado sacrilegio, porque se profana el sacramento.
Es importante saber que el
sacerdote no es quien para juzgar o
condenar por los pecados que se confiesan; su tarea es ser signo de la
misericordia de Dios y garantizar su perdón. Es Dios quien perdona; el sacerdote
es sólo ministro del perdón.
Además el sacerdote toma
el gravísimo compromiso del secreto absoluto acerca de los pecados conocidos
durante la Confesión. Por ningún motivo puede revelarlos a nadie.
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