“El
deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido
creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y
sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar”
(n. 27)
Por
eso, la oración es un medio donde se concreta la relación entre Dios y el ser
humano porque se convierte en un diálogo de amor que permite entrar a la
persona en contacto con Dios para que pueda habitar en su corazón. Es como un
diálogo que buscamos con nuestros amigos cuando no sabemos qué hacer o qué
camino seguir. De igual forma podemos hacerlo con Dios cuando rezamos porque solo
a través de la oración es como iremos descubriendo cada vez más la luz de la fe
y fortaleciéndola junto al Señor Jesús. Es esa luz la que guiará nuestro
camino en medio de la alegría y el sufrimiento, la que “nos mantendrá a salvo”
como explica una parte de la canción.
La
encíclica Lumen Fidei nos hace énfasis en este tema:
“En
la fe, don de Dios, virtud sobrenatural infusa por él, reconocemos que se nos
ha dado un gran Amor, que se nos ha dirigido una Palabra buena, y que, si
acogemos esta Palabra, que es Jesucristo, Palabra encarnada, el Espíritu Santo
nos transforma, ilumina nuestro camino hacia el futuro, y da alas a nuestra
esperanza para recorrerlo con alegría”. (Lumen Fidei n. 7)
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