Un Año Santo
extraordinario, entonces, para vivir en la vida de cada día la misericordia que
desde siempre el Padre dispensa hacia nosotros. En este Jubileo dejémonos
sorprender por Dios. Él nunca se cansa de destrabar la puerta de su corazón
para repetir que nos ama y quiere compartir con nosotros su vida. La Iglesia
siente la urgencia de anunciar la misericordia de Dios. Su vida es auténtica y
creíble cuando con convicción hace de la misericordia su anuncio.
Ella sabe que la primera
tarea, sobre todo en un momento como el nuestro, lleno de grandes esperanzas y
fuertes contradicciones, es la de introducir a todos en el misterio de la
misericordia de Dios, contemplando el rostro de Cristo. La Iglesia está llamada
a ser el primer testigo veraz de la misericordia, profesándola y viviéndola
como el centro de la Revelación de Jesucristo.
Desde el corazón de la
Trinidad, desde la intimidad más profunda del misterio de Dios, brota y corre
sin parar el gran río de la misericordia. Esta fuente nunca podrá agotarse, sin
importar cuántos sean los que a ella se acerquen. Cada vez que alguien tendrá necesidad
podrá venir a ella, porque la misericordia de Dios no tiene fin. Es tan
insondable es la profundidad del misterio que encierra, tan inagotable la
riqueza que de ella proviene.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si te gustó el artículo, déjame tu comentario.