La caridad |
La misión, si no está orientada
por la caridad, es decir, si no brota de un profundo acto de amor divino, corre
el riesgo de reducirse a mera actividad caritativa y social.
El amor que Dios tiene por cada
persona constituye el centro de la experiencia y del anuncio del Evangelio, y a
los que lo acogen se convierten a su vez en testigos. El amor de Dios que da
vida al mundo es el amor que nos ha sido dado en Jesús, Palabra de Salvación,
Imagen perfecta de la misericordia del Padre celestial.
De esta manera, toda comunidad
cristiana está llamada a dar a conocer a Dios, que es Amor. Dios penetra con su
amor toda la creación y la historia humana. El hombre, en su origen, salió de
las manos del Creador como fruto de una iniciativa de amor.
Nuestros primeros padres, Adán
y Eva, engañados por el maligno,
abandonaron la relación de confianza con su Señor, cediendo a la
tentación del maligno, que infundió en ellos la sospecha de que él era el rival
y quería limitar su libertad. De este modo, en lugar del amor gratuito divino,
se prefirieron a sí mismos. Las consecuencias que podemos sacar de estos es el
perder la felicidad original y experimentando la amargura de la tristeza del
pecado y la muerte.
Dios, sin embargo, no los abandonó
y les prometió a ellos y a su descendencia la salvación, anunciando el envío de
su Hijo unigénito, Jesús, que en la plenitud de los tiempos revelaría su amor
de Padre, un amor capaz de rescatar a toda
criatura humana de la esclavitud del
mal y de la muerte.
En Cristo hemos recibido la vida inmortal, la misma
vida de la Trinidad ,
Gracias a Cristo, el buen pastor, que no abandona a la oveja perdida, los
hombres de todo los tiempos tienen la posibilidad de entrar en la comunión con
Dios, Padre Misericordioso, dispuesto a volver a acoger en su casa al hijo que
realmente quiere regresar a su Padre, que es Dios.
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