martes, 7 de mayo de 2013

LA CARIDAD, ALMA DE LA MISIÓN

La caridad

La misión, si no está orientada por la caridad, es decir, si no brota de un profundo acto de amor divino, corre el riesgo de reducirse a mera actividad caritativa  y social.

El amor que Dios tiene por cada persona constituye el centro de la experiencia y del anuncio del Evangelio, y a los que lo acogen se convierten a su vez en testigos. El amor de Dios que da vida al mundo es el amor que nos ha sido dado en Jesús, Palabra de Salvación, Imagen perfecta de la misericordia del Padre celestial.

De esta manera, toda comunidad cristiana está llamada a dar a conocer a Dios, que es Amor. Dios penetra con su amor toda la creación y la historia humana. El hombre, en su origen, salió de las manos del Creador como fruto de una iniciativa de amor.

Nuestros primeros padres, Adán y Eva, engañados por el maligno,  abandonaron la relación de confianza con su Señor, cediendo a la tentación del maligno, que infundió en ellos la sospecha de que él era el rival y quería limitar su libertad. De este modo, en lugar del amor gratuito divino, se prefirieron a sí mismos. Las consecuencias que podemos sacar de estos es el perder la felicidad original y experimentando la amargura de la tristeza del pecado y la muerte.

Dios, sin embargo, no los abandonó y les prometió a ellos y a su descendencia la salvación, anunciando el envío de su Hijo unigénito, Jesús, que en la plenitud de los tiempos revelaría su amor de Padre, un amor capaz de rescatar a toda  criatura humana de la esclavitud del  mal y de la muerte.

En Cristo hemos recibido la vida inmortal, la misma vida de la Trinidad, Gracias a Cristo, el buen pastor, que no abandona a la oveja perdida, los hombres de todo los tiempos tienen la posibilidad de entrar en la comunión con Dios, Padre Misericordioso, dispuesto a volver a acoger en su casa al hijo que realmente quiere regresar a su Padre, que es Dios.

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