sábado, 9 de noviembre de 2013

( I PARTE) EL AMOR Y LA VIDA CRISTIANA

El amor de Dios

Comenzamos por analizar el papel del amor de Dios y de nuestra correspondencia en la salvación.


Una cosa es clara: lo que nos salva es el amor de Dios, no nuestras obras. Hay una primacía absoluta de la gracia sobre nuestras obras. Jesucristo no se hizo hombre para evitar la condenación de los hombres, sino para llevarlos a la plenitud de la filiación divina: eso es lo que nos salva. La causa de la salvación no es el amor que tenemos a Dios, sino el amor que Dios nos dona con la gracia. 

Un amor cuyo fruto no es sólo la satisfacción afectiva de quien lo recibe, sino sobre todo una vida nueva (ese amor es amor divino, y como tal, nos diviniza). Esa vida, la recibimos y vivimos nosotros. Ser amados por Dios no es algo meramente pasivo, hemos de aceptar y asimilar ese amor, haciéndolo nuestro y ¡viviéndolo! “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”, decía San Agustín. Nuestra libertad tiene un papel fundamental. Es decir, es Dios quien nos salva, pero nuestras obras coherentes con esa salvación resultan indispensables para aceptación y la vivencia de esa salvación.

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