Temor de Dios |
La Teología nos
enseña que el temor de Dios es un don del Espíritu Santo: se nos infunde junto
con la gracia santificante y las virtudes infusas. Esto podría resultar un poco
curioso: ¿Acaso Dios quiere que le temamos? ¿No es acaso nuestro Padre? ¿El
buen Pastor que busca la oveja perdida y da la vida por ella? Ante estas
perplejidades es justo que nos preguntemos qué tipo de temor nos infunde el Espíritu
Santo, de qué miedo se trata. Se trata de un sano temor a ofender a quien tanto
nos quiere, un temor que nos lleva a alejarnos de las ocasiones de hacerlo. En
esta línea el sacerdote reza en Misa, antes de recibir la Comunión: “haz que
siempre cumpla tus mandamientos y no permitas que me separe de Ti”.
Este es el temor de Dios bueno: temor a
fallarle a nuestro Padre, a estropear nuestra vida con el pecado. Es un “miedo”
muy santo, filial, cariñoso. Un temor a cometer la locura de rechazar su amor pecando,
de vivir lejos de Él; y, por lo mismo, terminar lejos de él por toda la
eternidad. Hay quienes piensan el amor y la confianza excluyen todo respeto y
temor. Pero no es así; el amor incluye el respeto.
Respeto a quien
amo, y difícilmente amaré a quien ni siquiera respete. Y el respeto es una
cierta forma de temor: un temor que puede ser amoroso, cuando lo que se teme es
alejarse del amado, hacerlo sufrir, fallarle, ofenderle. De manera que amor,
temor y respeto, si se los considera en su justo lugar, están relacionados.
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