martes, 26 de noviembre de 2013

(V PARTE) AMOR Y TEMOR

Temor de Dios

La Teología nos enseña que el temor de Dios es un don del Espíritu Santo: se nos infunde junto con la gracia santificante y las virtudes infusas. Esto podría resultar un poco curioso: ¿Acaso Dios quiere que le temamos? ¿No es acaso nuestro Padre? ¿El buen Pastor que busca la oveja perdida y da la vida por ella? Ante estas perplejidades es justo que nos preguntemos qué tipo de temor nos infunde el Espíritu Santo, de qué miedo se trata. Se trata de un sano temor a ofender a quien tanto nos quiere, un temor que nos lleva a alejarnos de las ocasiones de hacerlo. En esta línea el sacerdote reza en Misa, antes de recibir la Comunión: “haz que siempre cumpla tus mandamientos y no permitas que me separe de Ti”.

 Este es el temor de Dios bueno: temor a fallarle a nuestro Padre, a estropear nuestra vida con el pecado. Es un “miedo” muy santo, filial, cariñoso. Un temor a cometer la locura de rechazar su amor pecando, de vivir lejos de Él; y, por lo mismo, terminar lejos de él por toda la eternidad. Hay quienes piensan el amor y la confianza excluyen todo respeto y temor. Pero no es así; el amor incluye el respeto.


Respeto a quien amo, y difícilmente amaré a quien ni siquiera respete. Y el respeto es una cierta forma de temor: un temor que puede ser amoroso, cuando lo que se teme es alejarse del amado, hacerlo sufrir, fallarle, ofenderle. De manera que amor, temor y respeto, si se los considera en su justo lugar, están relacionados. 

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