Dios no necesita
nuestro culto ni nuestra obediencia. Simplemente pide lo que necesitamos para
alcanzar la plenitud humana y sobrenatural. Así lo creemos los cristianos.
Detrás de sus mandamientos no vemos un capricho irrazonable, sino una voluntad
paterna que conduce a la plenitud en la vida eterna, a través de las
vicisitudes de esta vida.
Eso vale para los mandamientos y para la recepción de
los sacramentos, para la oración y para la caridad. Todo es importante, porque
nuestro Padre Dios nunca nos pedirá algo para molestarnos. Jesús nos enseñó a
pedir: “hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”.
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