La condenación |
Si nos negáramos a amar, rechazaríamos el amor y con él, la
salvación que se nos ofrece... y, por lo mismo, dejaríamos de estar salvados.
El amor de Dios es inagotable (es infinito), de manera que no se cansa de
ofrecernos su amor salvador. Siempre estará dispuesto a perdonarnos, si
volvemos a El arrepentidos.
Siempre estará dispuesto a recibirnos, si a Él nos
acercamos. Pero para que efectivamente nos perdone, nos salve y nos reciba,
hemos de aceptarlo amando: nuestra libertad también aquí es imprescindible.
Dios no nos condena, pero no porque no pueda hacerlo, sino porque ¡no quiere
hacerlo! Espera paciente y quiere la conversión de nuestro corazón. Conversión
que sólo se llevará a término recorriendo el camino que El nos señala.
Si
nosotros no queremos amarlo, si rechazamos su voluntad, si nos cerramos a las
fuentes de la gracia, estamos rechazando libremente su amor, su perdón y su
salvación. Y esto es muy malo, haciéndolo nos condenamos a nosotros mismos. En
esto consiste el infierno: Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni
acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él
para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión
definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados CEC. 1033.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si te gustó el artículo, déjame tu comentario.