Un amor para siempre |
Santidad, en estos meses estamos haciendo tantos
preparativos para nuestra boda. ¿Puede darnos algún consejo para celebrar bien
nuestro matrimonio?
Haced que sea una verdadera fiesta, porque ¡el
matrimonio es una fiesta, una fiesta cristiana, no una fiesta mundana! El
motivo más profundo de la alegría de aquel día lo indica el Evangelio de Juan:
¿Recordáis el milagro de las bodas de Caná? En un momento determinado el vino
se acaba y la fiesta parece arruinada. Imagínense terminar la fiesta tomando
te… No, ¡no va!
¡Sin vino no hay fiesta! Por sugerencia de María, en aquel
momento Jesús se revela por primera vez y da un signo: transforma el agua en
vino y, haciendo eso, salva la fiesta del desposorio. Cuanto ha sucedido en
Caná, dos mil años atrás, sucede en realidad en cada fiesta nupcial: eso que
hace pleno y profundamente verdadero su matrimonio será la presencia del Señor
que se revela y dona su gracia. Es su presencia la que ofrece el “vino bueno”,
y es Él el secreto de la alegría plena, aquella que calienta realmente el
corazón. ¡Es la presencia de Jesús en aquella fiesta! ¡Que sea una bella
fiesta, pero con Jesús! ¡No con el espíritu del mundo! ¡No! ¡Aquello se siente,
cuando el Señor está allí!
Al mismo tiempo, está bien que el matrimonio de
ustedes sea sobrio y haga resaltar aquello que es realmente importante. Algunos
están más preocupados por los signos exteriores, por el banquete, por las
fotografías, por la ropa, por las flores… son cosas importantes en una fiesta,
pero sólo si son capaces de indicar el verdadero motivo de su alegría: aquella
bendición del Señor sobre el amor de ustedes. Hagan las cosas de modo que, como
el vino de Caná, los signos exteriores de esa fiesta de bodas revelen la
presencia del Señor y les recuerden a ustedes y a todos los presentes el origen
y el motivo de su alegría en ese día.
Pero hay algo que tú has dicho y que quiero tomar
al vuelo, porque no quiero dejarlo pasar. El matrimonio es también un trabajo
de todos los días y podría decir un trabajo artesanal, un trabajo de
orfebrería, porque el marido tiene la tarea de hacer más mujer a su mujer y la
mujer tiene la tarea de hacer más hombre a su marido.
Crecer también en
humanidad, como hombre y como mujer. Pero esto se hace entre ustedes. Esto se
llama crecer juntos. ¡Pero esto no viene del aire! El Señor lo bendice, pero
viene de las manos de ustedes, de sus actitudes, del modo de vivir, del modo de
amarse. ¡Háganse crecer! Siempre procuren que el otro crezca. Hay que trabajar
para esto. Y así, no sé, pienso en ti que un día irás por la calle de tu pueblo
y la gente dirá: “Pero mira aquella, ¡que linda mujer! ¡Qué fuerte! ¡Eh! ¡Con
el marido que tiene, se entiende!”. Y también a ti: “Mira ese, mira como es.
¡Con la mujer que tiene, se entiende!” Y es esto, llegar a esto: háganse crecer
juntos, el uno al otro. Y los hijos tendrán esta herencia de haber tenido un
papá y una mamá que han crecido juntos, haciéndose –uno al otro– más hombre y
más mujer.
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