San José tuvo unos sueños
muy impresionantes, en los cuales recibió importantísimos mensajes del cielo.
En su primer sueño, en Nazaret,
un ángel le contó que el hijo que iba a tener María era obra del Espíritu Santo
y que podía casarse tranquilamente con Ella, que era totalmente fiel.
Tranquilizando con ese mensaje, José celebró sus bodas. La leyenda cuenta que
doce jóvenes pretendían casarse con María, y que cada uno llevaba en su mano un
bastón de madera muy seca. Y que en el momento en que María debía escoger entre
los 12, he aquí que el bastón que José llevaba milagrosamente floreció. Por eso
pintan a este santo con un bastón florecido en su mano.
En su segundo sueño en
Belén, un ángel le comunicó que Herodes buscaba al Niño Jesús para matarlo, y
que debía salir huyendo a Egipto. José se levantó a medianoche y con María y el
Niño se fue hacia Egipto.
En su tercer sueño en
Egipto, el ángel le comunicó que ya había muerto Herodes y que podían volver a
Israel. Entonces José, su esposa y el Niño volvieron a Nazaret.
La Iglesia Católica venera
mucho los cinco grandes dolores o penas que tuvo este santo, pero a cada dolor
o sufrimiento le corresponde una inmensa alegría que Nuestro Señor le envió.
El primer dolor: Ver
nacer al Niño Jesús en una pobrísima cueva en Belén, y no lograr conseguir ni
siquiera una casita pobre para el nacimiento. A este dolor correspondió la
alegría de ver y oír a los ángeles pastores llegar a adorar al Divino Niño, y
luego recibir la visita de los Magos de oriente con oro, incienso y mirra.
El segundo dolor: El
día de la Presentación del Niño en el Templo, al oír al profeta Simeón anunciar
que Jesús sería causa de división y que muchos irían en su contra y que por esa
causa, un puñal de dolor atravesaría el corazón de María. A este sufrimiento
correspondió la alegría de oír al profeta anunciar que Jesús sería la luz que
iluminaría a todas las naciones, y la gloria del pueblo de Israel.
El tercer dolor: La
huida a Egipto. Tener que huir por entre esos desiertos a 40 grados de
temperatura, y sin sombras ni agua, y con el Niño recién nacido. A este
sufrimiento le correspondió la alegría de ser muy bien recibido por sus
paisanos en Egipto y el gozo de ver crecer tan santo y hermoso al Divino Niño.
El cuarto dolor: La
pérdida del Niño Jesús en el Templo y la angustia de estar buscándolo por tres
días. A este sufrimiento le siguió la alegría de encontrarlo sano y salvo y de
tenerlo en sus casa hasta los 30 años y verlo crecer en edad, sabiduría y
gracia ante Dios y ante los hombres.
El quinto dolor: La
separación de Jesús y de María al llegarle la hora de morir. Pero a este
sufrimiento le siguió la alegría, la paz y el consuelo de morir acompañado de
los dos seres más santos de la tierra. Por eso invocamos a San José como
Patrono de la Buena Muerte, porque tuvo la muerte más dichosa que un ser humano
pueda desear: acompañado y consolado por Jesús y María.
San José, el santo del
Silencio. Es un caso excepcional en la Biblia: un santo al que no se le escucha
ni una sola palabra. No es que haya sido uno de esos seres que no hablaban
nada, pero seguramente fue un hombre que cumplió aquel mandato del profeta
antiguo: "Sean pocas tus palabras". Quizás Dios ha permitido que de
tan grande amigo del Señor no se conserve ni una sola palabra, para enseñarnos
a amar también nosotros en silencio. "San José, Patrono de la Vida
interior, enséñanos a orar, a sufrir y a callar".
Un dato curioso: Desde que
el Papa Pío Nono declaró en 1870 a San José como Patrono Universal de la
Iglesia, todos los Pontífices que ha tenido la Iglesia Católica desde esa
fecha, han sido santos. Buen regalo de San José. Texto Original
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