sábado, 15 de marzo de 2014

INMACULADA BURKE

Monseñor Gonzalo de Villa

Cuando uno contempla la realidad social guatemalteca surgen demasiados motivos para la desesperanza.

Hay crisis por la violencia, por la pobreza hiriente, por la falta de oportunidades, por la conflictividad in crescendo que no augura nada bueno. Hay —lo vemos todos los días en las noticias— demasiadas personas en conflicto con la ley, desde los sicarios hasta los extorsionadores, desde secuestradores hasta corruptos avorazados. Necesitamos buscar historias del bien, personas emblemáticas que hagan y realicen, sin mucha propaganda normalmente, acciones continuas que dan sentido a seguir creyendo, a pesar de todo, en la bondad humana como algo posible, existente entre nosotros, y que se puede demostrar con nombres concretos.

Hoy quiero referirme a una religiosa irlandesa, que colmó su vida de años —falleció con 94— pero sobre todo de buenas obras, de amor al prójimo y a la vida, y profundamente convencida de que su profesión como enfermera y su compromiso como religiosa fueron el marco para una entrega, por muchos años, para hacer el bien en municipios de Sololá, especialmente en Santa Lucía Utatlán, Nahualá y Santa Catarina Ixtahuacán. Nacida en Irlanda en 1920, viajó como adolescente a Inglaterra, en donde estudió enfermería y en donde la II Guerra Mundial la retuvo para ejercer sus primeros años como enfermera, en medio de los bombardeos y de las consecuencias terribles de la guerra en tantas personas. Partió al acabar la guerra a Ceilán —hoy Sri Lanka—, en donde siguió ejerciendo su profesión por tres años más. 

Expulsada a los tres años en la fiebre anticolonialista de la independencia y después de un breve período en Inglaterra, viajó de nuevo a las Bahamas para seguir ejerciendo su profesión, en el marco de una mujer creyente. En Bahamas le alcanzó lo que ella después describió como la llamada. Fue el llamado a la vida religiosa, sentida hondamente por encima de contingencias humanas. Ingresó en su congregación en Estados Unidos y trabajó allá, en el área de salud, por varios años. Un viaje a Guatemala en los 60 le hizo sentir, por segunda vez, la llamada a que aquí era donde definitivamente iba a entregarse como religiosa y como enfermera por el resto de su vida.


Trabajó y se entregó por más de 40 años. Luchó por hacer posible la vacunación para los niños de aldeas y caseríos remotos y aislados; trabajó con comadronas, con grupos de mujeres; tuvo talento organizativo y entrega generosa para ayudar en el área de salud, y desde su profunda experiencia cristiana de fe, a miles de niños y mujeres. Muchos adultos hoy en las zonas donde ella se entregó de por vida fueron salvados de las garras de la mortalidad infantil gracias al empeño, al tesón y a la entrega de madre Inmaculada. Muchas comadronas mejoraron sus técnicas ancestrales y contribuyeron a mejorar la vida de familias y comunidades. Ayudó a dar vida y a dar dignidad a la vida de tantos sololatecos durante tantos años. Gracias, madre Inmaculada. Sierva buena y fiel, entra a gozar del gozo de tu Señor. Texto Original

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