Monseñor Gonzalo de Villa |
Cuando uno contempla la
realidad social guatemalteca surgen demasiados motivos para la desesperanza.
Hay crisis por la
violencia, por la pobreza hiriente, por la falta de oportunidades, por la
conflictividad in crescendo que no augura nada bueno. Hay —lo vemos todos los
días en las noticias— demasiadas personas en conflicto con la ley, desde los
sicarios hasta los extorsionadores, desde secuestradores hasta corruptos
avorazados. Necesitamos buscar historias del bien, personas emblemáticas que
hagan y realicen, sin mucha propaganda normalmente, acciones continuas que dan
sentido a seguir creyendo, a pesar de todo, en la bondad humana como algo
posible, existente entre nosotros, y que se puede demostrar con nombres
concretos.
Hoy quiero referirme a una
religiosa irlandesa, que colmó su vida de años —falleció con 94— pero sobre
todo de buenas obras, de amor al prójimo y a la vida, y profundamente
convencida de que su profesión como enfermera y su compromiso como religiosa
fueron el marco para una entrega, por muchos años, para hacer el bien en
municipios de Sololá, especialmente en Santa Lucía Utatlán, Nahualá y Santa
Catarina Ixtahuacán. Nacida en Irlanda en 1920, viajó como adolescente a
Inglaterra, en donde estudió enfermería y en donde la II Guerra Mundial la
retuvo para ejercer sus primeros años como enfermera, en medio de los
bombardeos y de las consecuencias terribles de la guerra en tantas personas.
Partió al acabar la guerra a Ceilán —hoy Sri Lanka—, en donde siguió ejerciendo
su profesión por tres años más.
Expulsada a los tres años en la fiebre
anticolonialista de la independencia y después de un breve período en
Inglaterra, viajó de nuevo a las Bahamas para seguir ejerciendo su profesión,
en el marco de una mujer creyente. En Bahamas le alcanzó lo que ella después
describió como la llamada. Fue el llamado a la vida religiosa, sentida
hondamente por encima de contingencias humanas. Ingresó en su congregación en
Estados Unidos y trabajó allá, en el área de salud, por varios años. Un viaje a
Guatemala en los 60 le hizo sentir, por segunda vez, la llamada a que aquí era
donde definitivamente iba a entregarse como religiosa y como enfermera por el
resto de su vida.
Trabajó y se entregó por
más de 40 años. Luchó por hacer posible la vacunación para los niños de aldeas
y caseríos remotos y aislados; trabajó con comadronas, con grupos de mujeres;
tuvo talento organizativo y entrega generosa para ayudar en el área de salud, y
desde su profunda experiencia cristiana de fe, a miles de niños y mujeres.
Muchos adultos hoy en las zonas donde ella se entregó de por vida fueron
salvados de las garras de la mortalidad infantil gracias al empeño, al tesón y
a la entrega de madre Inmaculada. Muchas comadronas mejoraron sus técnicas
ancestrales y contribuyeron a mejorar la vida de familias y comunidades. Ayudó
a dar vida y a dar dignidad a la vida de tantos sololatecos durante tantos
años. Gracias, madre Inmaculada. Sierva buena y fiel, entra a gozar del gozo de
tu Señor. Texto Original
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