Gonzalo de Villa y Vásquez |
Las palabras
de nuestro Obispo Gonzalo de Villa; Dudé a la hora de titular este artículo sobre si ponerle el título que
tiene o titularlo “desmontar la violencia”.
Son reflexiones complementarias
porque en verdad en Guatemala no hay modo de construir la paz que no pase por
desmontar la violencia que se expresa de manera tan intensa y multiforme en una
variedad de expresiones en nuestra vida social y política de carácter colectivo
pero también en niveles comunitarios y en niveles familiares. Desde la
violencia doméstica hasta la que pudiéramos llamar violencia estructural, los
hechos de agresividad, de violencia física y, por
qué no llamarlo por su nombre, violencia criminal constituyen una epidemia que
nos atenaza.
Esa realidad
se vuelve un condicionante externo ante el que nos sentimos oprimidos porque perdemos
libertad, perdemos dignidad y perdemos civismo. Pero no es solo condicionante
externo; también lo es interno. Los demonios de la violencia nos penetran y nos
hacen tener corazones violentos, deseos de venganza, aplausos disimulados —a
veces públicos— a prácticas violentas salvajes. Basta leer comentarios de
lectores ante noticias de hechos de violencia para encontrar simpatía y apoyo
ante linchamientos, prácticas de limpieza social, de venadeo. Con la violencia
cada vez más desatada en todo el país la simpatía por apoyar métodos y
prácticas violentas se populariza más y más.
En este tema
hay también un fenómeno que socialmente se ha ido asimilando por sectores cada
vez más amplios en el país y es el hecho de que la violencia resulta eficaz.
Elimina enemigos, extorsiona comerciantes, detiene a transeúntes y
automovilistas y se obtienen resultados más rápidos que por la vía del diálogo
o de la presión cívica. No tiene el mismo grado de gravedad la violencia del
que bloquea carreteras que la del que mata choferes de buses, pero
lastimosamente la lógica no es diferente: se obtienen resultados y se
popularizan procedimientos.
Por ello
cuando hablamos de construir la paz pasamos necesariamente por plantearnos la
necesidad de establecer una cultura de paz que descalifique socialmente la
violencia. Desmontar la violencia pasa por establecer mecanismos que hagan ver
al violento como persona socialmente reprensible, como antimodelo para niños y
jóvenes, como alguien que es todo menos persona ejemplar. Una cultura de paz no es solo un ideal que quisiéramos alcanzar.
Debe ser un propósito determinado que se asuma socialmente como deseable, sin
excepciones, salvo aquellas específicamente legisladas.
Construir la
paz es una tarea de todos los días en que todos debemos involucrarnos. Pero es
importante que estigmaticemos socialmente a los violentos. En nuestro
continente, lastimosamente muchos de los héroes populares son violentos y ello
refleja la profundidad de la tentación violenta como método legítimo para
alcanzar propósitos, independientemente de que estos sean justos o no, legales
o no. ¡Construyamos la paz! Texto Original
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