¿Qué hombre hay que llegue
a morir sin haber sufrido el amargura de una traición, de un desamor, engaño, abuso
o de otro daño cualquiera de parte de los parientes, consortes o amigos? Recordemos
que es hora de perdonar para ser perdonados.
Perdonar completamente,
dejando a un lado, no solo el rencor y el recuerdo, sino hasta la persecución
de que el motivo de nuestro rencor era justo.
A la hora de la muerte. El
tiempo, el mundo, los negocios y los afectos terminan reducidos a nada. Ya solo
existe una verdad que es DIOS. Perdonar y dado que llegar a la perfección del
amor y del perdón, que consiste en no decir siquiera: “con todo yo tenía razón”.
Es una virtud que debemos
practicar constantemente con nuestros prójimos, “hasta setenta veces siete”.
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