Cuántos cristianos dan
testimonio también hoy, no con las palabras, sino con su vida radicada en una
fe genuina, y son «ojos del ciego» y «del cojo los pies». Personas que están
junto a los enfermos que tienen necesidad de una asistencia continuada,
de una ayuda para lavarse, para vestirse, para alimentarse. Este servicio,
especialmente cuando se prolonga en el tiempo, se puede volver fatigoso y
pesado. Es relativamente fácil servir por algunos días, pero es difícil cuidar
de una persona durante meses o incluso durante años, incluso cuando ella ya no
es capaz de agradecer. Y, sin embargo, ¡qué gran camino de santificación es
éste!
Sabiduría del corazón es
estar con el hermano. El tiempo que se pasa junto al enfermo es un tiempo
santo. Es alabanza a Dios, que nos conforma a la imagen de su Hijo, el cual «no
ha venido para ser servido, sino para servir y a dar su vida como rescate por
muchos»
Pidamos con fe viva al
Espíritu Santo que nos otorgue la gracia de comprender el valor del
acompañamiento, con frecuencia silencioso, que nos lleva a dedicar tiempo a
estas hermanas y a estos hermanos que, gracias a nuestra cercanía y a nuestro
afecto, se sienten más amados y consolados. En cambio, qué gran mentira se
esconde tras ciertas expresiones que insisten mucho en la «calidad de vida»,
para inducir a creer que las vidas gravemente afligidas por enfermedades no
serían dignas de ser vividas.
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