El 27 de noviembre
de 1936 la santa escribió una visión del cielo, en el que pudo ver sus bellezas
incomparables, la felicidad que nos espera para después de la muerte y el cómo
todas las criaturas alaban y dan gracias a Dios sin cesar.
Ella indicó que
esta fuente de felicidad es invariable en su esencia, pero es siempre nueva,
derramando felicidad para todas las criaturas. “Dios me ha hecho entender que
hay una cosa de un valor infinito a sus ojos, y eso es, el amor a Dios; amor,
amor y nuevamente amor, y nada puede compararse a un solo acto de amor a Dios”.
De igual manera
contó que “Dios en su gran majestad, es adorado por los espíritus celestiales,
de acuerdo a sus grados de gracias y jerarquías en que son divididas, no me
causó temor ni susto; mi alma estaba llena de paz y amor; y mientras más
conozco la grandeza de Dios, más me alegro de que Él sea el que es”.
“Me regocijo
inmensamente en su grandeza y me alegro de que soy tan pequeña, ya que siendo
tan pequeña, Él me carga en sus brazos y me aprieta a su corazón”, destacó
santa Faustina Kowalska.
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