Me dirijo a ti, dulcísima Señora y Madre mía María. Bien sabes que
después de Jesús, en ti tengo puesta toda mi esperanza de mi eterna salvación;
porque reconozco que todas las gracias de que Dios me ha colmado, como mi
conversión, mi vocación a dejar el mundo y todas las demás gracias las he
recibido de Dios por tu medio. Y sabes que yo, por verte amada de todos como lo
mereces y por darte muestras de gratitud por tantos beneficios como me has
otorgado, he procurado predicar siempre e inculcar a todos, en público y en
privado, tu dulce y saludable devoción.
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