Hoy la liturgia
presenta el conocido episodio evangélico del encuentro de Jesús con Zaqueo en
la ciudad de Jericó. ¿Quién era Zaqueo? Un hombre rico, que ejercía el oficio
de “publicano”, es decir, de recaudador de impuestos por cuenta de la autoridad
romana, y precisamente por eso era considerado un pecador público. Al saber que
Jesús pasaría por Jericó, aquel hombre sintió un gran deseo de verlo, pero,
como era bajo de estatura, se subió a un árbol. Jesús se detuvo precisamente
bajo ese árbol y se dirigió a él llamándolo por su nombre: “Zaqueo, baja en
seguida, porque hoy debo alojarme en tu casa”.
“Zaqueo”: Jesús llama
por su nombre a un hombre despreciado por todos. “Hoy”: sí, precisamente ahora
ha llegado para él el momento de la salvación. “Tengo que alojarme”: ¿por qué
“debo”? Porque el Padre, rico en misericordia, quiere que Jesús vaya a “buscar
y a salvar lo que estaba perdido” (Lc 19, 10). La gracia de aquel encuentro
imprevisible fue tal que cambió completamente la vida de Zaqueo: “Mira —le dijo
a Jesús—, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si de alguno me he
aprovechado, le devolveré cuatro veces más”. Una vez más el Evangelio nos dice
que el amor, partiendo del corazón de Dios y actuando a través del corazón del
hombre, es la fuerza que renueva el mundo.
La narración
evangélica parece como el cumplimiento de la parábola del fariseo y el
publicano. Humilde y sincero de corazón, el publicano oraba en su interior: «Oh
Dios, ten compasión de mí, que soy un pecador» y hoy contemplamos cómo
Jesucristo perdona y rehabilita a Zaqueo, el jefe de publicanos de Jericó, un
hombre rico e influyente, pero odiado y despreciado por sus vecinos, que se
sentían extorsionados por él: el perdón de Dios es gratuito; no es tanto por
causa de nuestra conversión que Dios nos perdona, sino que sucede al revés: la
misericordia de Dios nos mueve al agradecimiento y a dar una respuesta.
Como en aquella
ocasión Jesús, en su camino a Jerusalén, pasaba por Jericó. Hoy y cada día,
Jesús pasa por nuestra vida y nos llama por nuestro nombre. Zaqueo no había
visto nunca a Jesús, había oído hablar de Él y sentía curiosidad por saber
quién era aquel maestro tan célebre. Jesús, en cambio, sí conocía a Zaqueo y
las miserias de su vida. Jesús sabía cómo se había enriquecido y cómo era
odiado y marginado por sus convecinos; por eso, pasó por Jericó para sacarle de
ese pozo: «El Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba
perdido.
Jesucristo pasa por
tu vida y te llama por tu nombre, porque te ama y quiere salvarte, ¿en qué pozo
estás atrapado? Así como Zaqueo subió a un árbol para ver a Jesús, sube tú
ahora con Jesús al árbol de la cruz y sabrás quien es Él.
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