Hace más de un siglo que
se busca un origen genético a la homosexualidad, y los avances científicos
indican más bien que no lo hay. Los últimos descubrimientos en el mapa genético
reafirman cada vez más la libertad del ser humano.
Craig Venter, fundador de
una de las compañías más punteras en investigación genética, concluía
recientemente que «la maravillosa diversidad de los seres humanos no está tanto
en el código genético grabado en nuestras células, sino en cómo nuestra
herencia biológica se relaciona con el medio en que vivimos. No tenemos genes
suficientes para justificar la noción de un determinismo biológico, y es
altamente improbable que puedan existir genes específicos sobre el alcoholismo,
la homosexualidad o la agresividad. Los hombres no son prisioneros de sus
genes, sino que las circunstancias de la vida de cada individuo son cruciales
en su personalidad».
La homosexualidad no es
genética, sino sobrevenida. Y las terapias de curación de la homosexualidad
tendrán más éxito en unos casos que en otros, pero eso no tiene nada de
extraño. Hay muchas enfermedades, como el asma o la artritis reumática, por
ejemplo, que por el momento no siempre se pueden curar. Pero ningún médico
serio concluiría que no tiene sentido someter a esos pacientes a un
tratamiento, o estudiar nuevas posibles terapias. Abandonarse a las tendencias
homosexuales no es un estilo de vida alternativo recomendable para nadie.
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