El domingo es por excelencia el día de la fe.
En la asamblea dominical, los creyentes se sienten interpelados como el apóstol
Tomás: “Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi
costado, y nos seas incrédulo sino creyente”. Sí, el domingo es el día de la
fe. Lo subraya el hecho de que la liturgia eucarística dominical, así como la
de las solemnidades litúrgicas, prevé la profesión de fe, el “Credo”.
Si el domingo es el día de la fe, no es menos el
día de la esperanza cristiana. En efecto, la participación en la “cena
del Señor” es anticipación del banquete escatológico por las “bodas del
Cordero”. Al celebrar el memorial de Cristo, que resucitó y ascendió al cielo,
la comunidad cristiana está a la espera de la gloriosa venida de nuestro
Salvador Jesucristo”.
La Misa es la viva actualización del
sacrificio de la Cruz. Bajo las especies de pan y vino, sobre las que se ha
invocado la efusión del Espíritu Santo, que actúa con una eficacia del todo
singular en las palabras de la consagración, Cristo se ofrece al Padre con el
mismo gesto de inmolación con que se ofreció en la cruz. “En este divino
sacrificio, que se realiza en la Misa, este mismo Cristo, que se ofreció a sí
mismo una vez y de manera cruenta sobre el altar de la cruz, es contenido e
inmolado de manera incruenta”.
La Iglesia recomienda a los fieles comulgar
cuando participan en la Eucaristía, con la condición de que estén en las
debidas disposiciones y, si fueran conscientes de pecados graves, que hayan
recibido el perdón de Dios mediante el Sacramento de la reconciliación.
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