El
acto de fe debe ser un acto de toda la persona, que debe abarcar toda su
existencia y que nace a su vez de una
relación interpersonal. Pero también es un acto en la comunidad de la Iglesia,
que requiere como condición previa el ingreso en ella por medio del Bautismo y
de la confesión del credo.
Las palabras claves que utiliza el
Cardenal Ratzinger, es la, Fe, Persona, Existencia, Iglesia y Bautismo.
El Cardenal para explicar mejor el tema
de la fe, retoma una famosa historia contada por el filósofo Kierkegaard. En
ella se cuenta, que “en Dinamarca, un circo fue presa de las llamas. Entonces
el dueño del circo mandó pedir auxilio a una aldea vecina a un payaso que ya
estaba disfrazado para actuar, el payaso corrió a la aldea y pidió a los
vecinos que fueran lo más rápido posible a apagar el fuego del circo en llamas.
Pero los vecinos creyeron que se trataba de un magnífico truco para que
asistieran a la función; aplaudían y hasta lloraban de la risa”.
Y dice el Cardenal Ratzinger que esta es
la situación del creyente y del teólogo en el mundo actual. Sin embargo,
entonces el que quiera predicar la fe y al mismo tiempo ser suficientemente
crítico, se dará cuenta en seguida, no sólo de lo difícil que es traducirla,
sino también de lo vulnerable que es la propia fe, la cual al querer creer,
experimenta en sí mismas el inquietante poder de la incredulidad. Por eso, el
que quiera hoy día dar honradamente razón de la fe cristiana ante sí mismo y
ante los demás, debe hacerse a la idea de que su situación no es distinta a la
de los demás, a la de aquellos que no cree.
Por eso la situación del creyente, es
sobre todo, una actitud, la palabra “Creo” entraña una opción fundamental ante
la realidad como tal; no significa afirmar esto o aquello, sino una forma
primaria de situarse ante el ser, la existencia, lo real. Explicando de otro
modo: “la fe es una decisión por la que afirmamos que, en lo más íntimo de la
existencia humana, hay un punto que no puede ser sustentada ni sostenido por lo
visible y comprensible, sino que se limita de tal modo con lo que no se ve.
A esta actitud se llega sólo por medio
de lo que la Biblia llama “conversión”. El hombre tiene que cambiar para darse
cuenta de lo ciego que es el fiarse solamente en lo que sus ojos pueden ver. La
fe siempre ha sido una decisión que afecta a la profundidad de la propia
existencia. Por tanto es necesaria la conversión para alcanzar la fe, el cambio
del modo de ser, que pasa de la adoración de lo visible y factible a la
confianza en lo invisible.
Dice
el Cardenal que formalmente, la expresión “Yo creo” se podría traducir por “Yo
paso a”, “yo acepto” el Cardenal al final de todo este rodeo dice que la fe es:
“la forma de situarse todo hombre de modo firme ante la realidad; creer
cristianamente significa confiarse al sentido que me sostiene a mí y al mundo,
considerarlo como fundamento firme sobre el que puedo permanecer sin miedo
alguno.
Explicando de otro modo podemos decir: creer cristianamente significa
comprender nuestra existencia como respuesta a la palabra, al Logos que todo lo
sostiene y lo soporta. Significa afirmar que el sentido que nosotros no podemos
construir, que sólo podemos recibir, se nos ha regalado; de manera que lo único
que hemos de hacer es aceptarlo y fiarnos de Él.
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