Después de
haber instituído la Sagrada Eucaristía,
la noche antes de morir, Nuestro Señor reveló lo secretos de Su Corazón al dar
lo que Él llamó un mandamiento nuevo: “Un
nuevo mandamiento os doy, que os améis los unos a los otros. Como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los
otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos, si os tenéis amor los
unos a los otros” (Jn 13,34-35).
¿Por qué este
precepto de caridad y por qué este nuevo precepto? Porque el mandamiento
explícito de amar a todos los hombres, sin consideración de raza, clase o
color, aunque sea enemigos, nunca antes había sido afirmado. De este tiempo en
adelante, la señal por la cual serían reconocidos sus seguidores, sería por el
amor sobrenatural por todo. “Por aquí conocerán todos que sois mis discípulos:
si os tenéis amor unos a otros.
En el último
día, cuando Él vendrá a dar a cada uno de acuerdo con sus obras, será la
caridad hacia Dios y al prójimo la que decida la salvación. Hasta la
consumación de los tiempos Cristo se moverá por el mundo en los necesitados, pobres
y oprimidos.
Una de las
pruebas de nuestro amor a Dios es nuestro amor al prójimo, porque es cierto que
nunca amaremos a nuestros prójimos al menos que amemos a Dios perfectamente. Es
tan fácil amar a aquellos que se cuentan en nuestro círculo, pero amar a
aquellos que están “debajo de nosotros”, opuestos a nosotros”, o aparentemente
indignos de que gastemos en ellos nuestro tiempo requiere verdadera
espiritualidad. “Pues si no amáis sino a los que os aman, ¿qué premio habéis de tener? ¿No lo
hacen así los publicanos?
La actitud de
Dios hacia nosotros está regulada por nuestra actitud hacia nuestros prójimos.
Por esto si necesitamos algo urgentemente, la mejor manera de rogar para que se
nos conceda es desprendernos de algo. Si hemos pecado y necesitamos perdón,
entonces perdonemos a nuestros enemigos. Dios nunca se dejará sobrepasar por
nuestro amor.