Dios mantiene su
oferta de vida y de salvación a pesar del historial de pecado que cada criatura
humana tiene. Mirar a la Cruz como los israelitas en el desierto miraban la
serpiente de bronce, símbolo de Ella, y quedaban curados de la mordedura del
mal, es tropezarse con la prueba evidente del perdón de Dios y de su salvación
prometida.
Jesús murió en la
Cruz por nuestros pecados y éste debe ser un motivo de consuelo cuando la
conciencia, al recordarnos las ocasiones en que le hemos ofendido, abra paso a
una inquietud mala.
La Iglesia invita
al cristiano a alegrarse en la Cruz de Cristo porque de ahí brota “nuestra salvación, vida y resurrección”.
¡La Santa Cruz, ahí está el testimonio más facundo y apasionante del amor que
Dios siente por el hombre! Este amor de Dios, inmenso y loco, que no se detiene
ante la muerte. El sacrificio que todo amor comporta es la sal de esta vida.
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