Cuaresma es tiempo de
conversión y de renovación. Pero no se da una renovación auténtica y concreta
si no pasa por una reflexión valiente de la propia vida moral y de la propia
vida litúrgica. En palabras más sencillas, de las propias costumbres y de la
propia oración.
Se trata de una
catequesis muy práctica: no cosas nuevas para aprender, sino cosas viejas para
hacer. El decálogo es una opción de vida que Dios propone al hombre: Yo pongo
hoy delante de ti la vida y la muerte, es decir, el bien y el mal. Te mando que
observes los mandamientos para que vivas (Cfr. Deut. 30,15). El decálogo es
para el hombre, no contra él. No quiere atar o limitar su libertad, sino
liberarla. Son una manifestación de su amor y de su solicitud paternal para con
el hombre. «Escucha, Israel; esmérate en practicarlos para que seas feliz»
(cfr. Deuteronomio 6, 3; 30,15 s.): esto, no otra cosa, es la finalidad de los
mandamientos.
Hagamos un pequeño repaso de los
mandamientos –que nos viene muy bien en este tiempo de cuaresma-:
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