La Iglesia, da gracias
por todas las mujeres y por cada una: por las madres, las esposas; por las
mujeres dedicadas a tantos y tantos seres humanos que esperan el amor gratuito
de otra persona; por las mujeres que velan por el ser humano en la familia, la
cual es el signo fundamental de la comunidad humana; por las mujeres que
trabajan profesionalmente, mujeres cargadas a veces con una gran
responsabilidad social; por las mujeres «perfectas» y por las mujeres
«débiles».
Por todas ellas, tal como
salieron del corazón de Dios en toda la belleza y riqueza de su femineidad, tal
como han sido abrazadas por su amor eterno; tal como, junto con los hombres,
peregrinan en esta tierra que es «la patria» de la familia humana, que a veces
se transforma en «un valle de lágrimas». Tal como asumen, juntamente con
el hombre, la responsabilidad común por el destino de la humanidad, en
las necesidades de cada día y según aquel destino definitivo que los seres
humanos tienen en Dios mismo, en el seno de la Trinidad inefable. Mulieris
Dignitatem.
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