La persona es, sin duda,
capaz de un tipo de amor superior: no el de concupiscencia, que sólo ve objetos
con los cuales satisfacer sus propios apetitos, sino el de amistad y entrega,
capaz de conocer y amar a las personas por sí mismas. Un amor capaz de
generosidad, a semejanza del amor de Dios: se ama al otro porque se le reconoce
como digno de ser amado. Un amor que genera la comunión entre personas, ya que
cada uno considera el bien del otro como propio. Es el don de sí hecho a quien
se ama, en lo que se descubre, y se actualiza la propia bondad, mediante la
comunión de personas y donde se aprende el valor de amar y ser amado.
Todo hombre es llamado al
amor de amistad y de oblatividad; y viene liberado de la tendencia al egoísmo
por el amor de otros: en primer lugar de los padres o de quienes hacen sus
veces, y, en definitiva, de Dios, de quien procede todo amor verdadero y en
cuyo amor sólo el hombre descubre hasta qué punto es amado. Aquí se encuentra
la raíz de la fuerza educativa del cristianismo: « El hombre es amado por
Dios Este es el simplicísimo y sorprendente anuncio del que la Iglesia es
deudora respeto del hombre». Es así como Cristo ha descubierto al hombre su
verdadera identidad: «Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del
misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio
hombre y le descubre la sublimidad de su vocación ».
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