Hay dos sacramentos para los cuales no es imprescindible la potestad sacerdotal. El primero es el Bautismo, pues puede celebrarlo válidamente cualquier persona (válidamente: lícitamente sólo en casos de necesidad).
El segundo es el Matrimonio,
pues aunque muchos tengan la mentalidad de que “les casa el cura”, en realidad
son los contrayentes los ministros del sacramento (evidentemente, no lo son de
la Eucaristía si se celebra la unión dentro de la Misa), y el sacerdote aquí es
una especie de testigo cualificado que recibe el consentimiento de los
contrayentes en nombre de la Iglesia).
Pues bien, en estos dos
casos el diácono puede ejercer el papel que ordinariamente vemos hacer al
sacerdote. También puede dirigir una liturgia de la palabra, y celebrar un
entierro, pues no se celebra ningún sacramento en estos casos.
En cuanto al vestido –se
incluye en la consulta-, hay que tener en cuenta que un diácono es un
clérigo, por lo que le corresponde vestir como tal.
En las ceremonias
litúrgicas, el diácono tiene una pieza particular en lugar de la casulla –ésta
se reserva al sacerdote-, llamada dalmática. Ciertamente, para alguien que
conozca poco los detalles litúrgicos, la dalmática puede parecer una especie de
casulla peculiar, pero en realidad son vestiduras distintas.
El diácono, decíamos, está
para asistir al sacerdote, pero puede surgir alguna confusión en lugares
en los que no hay sacerdote y sí diácono. En vez de asistir tiene que suplir. ¿Qué
puede hacer el diácono en estos casos? Lo que puede; o sea, todo menos lo que
requiere una potestad sacerdotal, pues no la tiene. No puede celebrar la misa,
ni confesar, ni confirmar, ni dar la Unción de enfermos.
En estas situaciones suele
suceder que los domingos se celebre una liturgia peculiar en vez de la misa.
Consta de la liturgia de la palabra, y, si ha pasado por allí un sacerdote que
al celebrar misa ha dejado Hostias consagradas, se añade la liturgia de la
comunión. O sea, de las tres partes de la Misa, se celebra la primera y la
tercera, pero no la central.
No es central solamente por
estar en segundo lugar, sino porque es verdaderamente el centro de la
celebración: el sacrificio eucarístico. Más no puede hacer el diácono.
Como suele coincidir esta
circunstancia con lugares donde la formación cristiana es bastante incompleta,
es natural que se piense que lo celebrado es una misa. Pero no lo es.
Cfr Aleteia
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