Una de las verdades más
bellas de la redención de Dios es que la misma es para todos los pueblos, en
toda nación, en toda región y en todo tiempo. Si alguno que conoce el plan de
Dios no se salva, es por su propia culpa, pues Dios proveyó para la redención
eterna de toda persona.
La redención es también para
los santos del Antiguo Testamento. “Es mediador de un nuevo pacto, para que
interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el
primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna” (Hebreos
9.15).
Y la redención es para todos
los santos del Nuevo Testamento. “Quien se dio a sí mismo por nosotros para
redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de
buenas obras” (Tito 2.14).
En fin, la redención es para
todo aquel que quiera alcanzarla. “Digno eres de tomar el libro y de abrir sus
sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios,
de todo linaje y lengua y pueblo y nación” (Apocalipsis 5.9).
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