Por medio de su muerte,
Cristo destruyó “al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y libró
a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos
a servidumbre” (Hebreos 2.14–15). El pecado ya no tiene dominio sobre nosotros
(Romanos 6.14). Estamos libres para servir a Dios en justicia con una
conciencia limpia. El pecado frustró a los que vivieron bajo la ley de Moisés
porque nunca podían librarse de sus garras. Pero “Cristo nos redimió de la
maldición de la ley” (Gálatas 3.13).
El mundo está bajo el
dominio del diablo y también está condenado con él. Pero Cristo “se dio a sí
mismo por nuestros pecados para librarnos (Gálatas 1.4). Fue de esta liberación
que Pablo se regocijó, diciendo: “Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz
de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al
mundo” (Gálatas 6.14).
“El enemigo que será
destruido es la muerte” (1 Corintios 15.26). La promesa es: “De la mano del
Seol los redimiré, los libraré de la muerte” (Oseas 13.14).
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