Rezando laudes |
Fue otro de los temas que meditamos en el retiro de este año. La doctrina cristiana enseña que, con el pecado, el hombre se autodestruye de algún modo: solo en las acciones rectas Ia persona humana realiza la verdad de su ser; la verdadera y más profunda alienación es la acción moralmente mala; por ella la persona no pierde aquello que tiene, sino lo que es. Es decir, se pierde así misma ¿para qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si después se pierde a sí mismo? El único verdadero mal, enteramente mal, para la persona es el mal moral.
Una
parte de esta autodestrucción es el esclavizarse al pecado. Todo el que comete
pecado es esclavo del pecado. Veamos cómo se produce esta esclavitud. Lo
esencial de la libertad es el dominio y no la ausencia de la inclinación al
bien. Ahora bien, tanto el conocimiento de la bondad que hay en las cosas como
la atracción que ejerce sobre la voluntad, son perfeccionables, susceptibles de
esencia a la libertad es que no sea movida coactivamente.
Una
libertad que no quiere someterse al orden divino sea, en el fondo, esclavitud.
Pero nadie me coacciona, repiten obstinadamente ¿nadie? Todos coaccionan esa
ilusoria libertad, que no se arriesga a aceptar responsablemente las consecuencias
de las acciones libres, personales. Donde hay amor de Dios, se produce un vació
individual y responsable ejercicio de la propia libertad; allí –no obstante las
apariencias- todo es coacción. Al hombre que no se deja guiar por la ley de
Dios, cualquiera lo moldea a su antojo y, antes que nada, las pasiones y las
peores tendencia de la naturaleza herida por el pecado.
En la Misa |